viernes, 30 de octubre de 2009

Cap. 5: Niflheim, el mundo de Hel.


Mi buen amigo Juan Carlos:
¿Recuerdas ese pasaje literario que era el favorito de tu antigua novia Teresa? Nunca llegué a entender sus gustos extraños para mí, pero ya no. Pues algunas cosas que hasta ahora fueron para mí confusas, se van ya aclarando. Por ejemplo, nunca había entendido bien lo que pretendió decir Shakespeare cuando le hizo exclamar a Hamlet:

“¡Mis Tablillas! ¡Mis Tablillas!
Éste es el instante de escribir en ellas…”

Ahora que tengo la impresión de que mi cerebro está llenándose de infinitos estímulos o de que la cordura llega a los límites de la paciencia, yo también me refugio en estas cartas, amigo. Pues ya sé donde me encuentro.

¡Que cruel jugarreta del destino al obligarme a salir aquella noche! A pesar de las advertencias de Sita, una de las gatas de mi tía. “No lo hagas Jack” me decía pero yo no presté atención pues deseaba escapar un instante del ambiente tenso que se respiraba en el hogar donde es comodidad la pelea y del desagrado del silencio. Fui al supermercado ubicado en Capuchinos, decepcionado por tener un carrito de compras vacío porque el dinero ya no alcanza para grandes mercados. Al salir noté todo más oscuro que de costumbre, la soledad en las calles, la desidia, el temor de ser víctima. Escuché disparos lejanos, una sirena de ambulancia que se acercaba y allí al frente estaba él, con ropajes ajados, gorra de camionero, suciedad en el cuerpo y sonrisa deforme. “¿Qué tienes ahí chamo?” me preguntó, sólo poseía las bolsas de mercado y un poco de dinero en los bolsillos. “¡Dame eso!” Gritó señalando las bolsas y pude ver que desenfundaba de uno de sus bolsillos un revólver. “No tengo nada más” le dije con voz entrecortada entregándole las bolsas y el dinero, “Pírate de aquí” recibí como respuesta me di la vuelta y sentí el golpe del frío acero en mi espalda, corrí escuchando su risa macabra, pensando en que en cualquier momento podía dispararme, en lo que había perdido, en la impotencia que sentía al ser atacado y que no se haga justicia, en mi pobre prima María quien se moría de la migraña en casa ¿Ahora quién le llevaría el medicamento? Al llegar al apartamento pude observar la negra figura de Sita observándome inmóvil, y me sentí más indignado cuando mi tía me exigía que le mostrara mi espalda y contestando con voz incrédula “No tiene ningún morado, si te hubieran golpeado tendrías uno”. En ese momento me acosté con las lágrimas deformando mi rostro, pues comprendí donde estaba. Pues Juan Carlos, me encuentro en el Niflheim, el mundo de la niebla, reino del frío y de las tinieblas. Donde reina la diosa Hel; el palacio se llama Angustia; la mesa, Hambre; los sirvientes, Lentitud y Retraso; el umbral, Precipicio; y la cama, Preocupación. Estoy atrapado en este mundo donde no puedes escapar, solamente con la gracia y providencia divina.
Esa noche me visitó el Arcángel Gabriel, desde su primera aparición lo hacía todas las noches en las que me llenaba de consejos que utilizaría en el futuro. “Sé como el trigo, Jack, sé flexible ante los arrebatos del viento. Las plantas de tallo duro simplemente se resquebrajan pero tú no puedes hacerlo”.

Al día siguiente debía olvidar los malos eventos anteriores pues debía continuar con mi rutina ajetreada de la gran ciudad. Entré en una lonchería muy casera a desayunar cuando escuché a estos dos señores de edad avanzada discutir amenamente “¡Qué emoción! Ha ganado Obama, el primer presidente negro de ese país. Las cosas están cambiando pero no sé si será para mejor” El otro señor quien observaba pensativo las ondas de vapor que emanaban de su café le respondió “Cualquier cosa puede ser mejor que la nuestra, éste presidente lo que ha cambiado y para peor es que ahora todos son nuestros enemigos, todos deben ser repudiados, debemos desconfiar de todos los que no son nuestros” y una señora que evidentemente estaba molesta les respondió desde otra mesa “Presidente negro o no, demócrata o republicano ¡Es un imperialista! Es el enemigo”. Los dos señores intercambiaron miradas de complicidad y siguieron hablando como si no hubieran escuchado a la señora “Si no existe una policía mundial ¿Quien nos protegerá de nosotros mismos?”. Me retiré divertido con los gritos acalorados que lanzaba la señora con dificultad y al hombre que miraba concentrado su taza de café. “Pero es que ellos no saben que estamos en el Niflheim, disfrazado de propaganda política”.

Estaba en Parque Carabobo, saliendo de la estación del metro a toda velocidad aún pensando en la situación del la lonchería pero preocupado por la gran cantidad de diligencias por hacer, cuando recibí la llamada de mi gran amigo Arturo diciéndome “Amigo, te tienes que ir urgente a Las Mercedes, te conseguí una entrevista de trabajo”. Pero yo no tenía la indumentaria adecuada, una franela beige, blue jeans, y casualmente con mis zapatos incómodos de vestir. Estaba lejos de casa y para colmo, comenzó a caer la torrencial lluvia mientras corría a un centro de comunicaciones a imprimir mi currículo. La cortina de agua no disminuía, podía observar a mis musas bailando alegremente en la plaza contigua hasta que las perdí de vista por la espesura del ‘palo de agua’. “Es tarde” pensé, y traté de correr y resguardarme dentro de la estación pero las calles se habían transformado en ríos caudalosos con corrientes mortales y cataratas al final. Amigo, a duras penas logré llegar a la entrevista, empapado, chorreante y con mis apretados zapatos de vestir llenos de agua. Pero la encargada estaba contenta de verme. Era una tienda pequeña llena de galones de pinturas, selladores, brochas y rodillos de pintar, ella me explicó las condiciones alegremente mientras mis musas correteaban traviesas interesadas más en las muestras multicolores que en las palabras de la muchacha. “Te pagaremos sueldo mínimo, el horario es de nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, pero debes estar encargado de la tienda, preparar las pinturas, facturar, estar pendiente que no roben, llevarle las pinturas a los automóviles de los clientes, darle un beso en la frente, una palmadita en la espalda, sentarlos en el carro, limpiar la tienda y los baños cada semana y trabajarás los sábados y domingos también… ¡Ah! Y sólo por la temporada navideña…”.

Después de darme el lujo de rechazar abiertamente esa propuesta de empleo, proseguí con mis diligencias en la semana. Pero sucedieron otras cosas, Juan, en las que mi arrogancia volvió a despertar de su sueño profundo y me sentí deprimido por no haber logrado mucho a estas alturas. Pues este mundo no me permite ver más allá de la niebla y la confusión. Y fue ese fatídico día en el que estuve horas esperando a mi mejor amiga y luego de ser plantado observé aterrorizado el lugar desde el cual escuché un fuerte frenazo. Era una de mis musas, ensangrentada, atropellada por un carro que se estrelló contra un poste de iluminación. Estaba tumbada en el suelo, muerta ¿Pero cómo pueden morir los seres etéreos, cómo debía sentirme, por qué murió, fue por mi culpa? No sabía si gritar o pedir clemencia por alguien que no existía, solo podía llorar en silencio mirando al vacío, pero allí estaba ella. Subiendo a los palacios celestiales, esperándome pacientemente con una sonrisa incorrupta mientras yo me siento estancado en el Niflheim, en la niebla, en la tardanza, en la preocupación…

Tu amigo

viernes, 23 de octubre de 2009

Cap. 4: El Viaje de Virginia.

Mi buen amigo Juan Carlos:

Perdona, ante todo, mi falta de camaradería al olvidar tu cumpleaños, aunque ya tú sabes perfectamente la explicación: Mi memoria está hecha añicos. Ya conoces que es el peor de mis defectos.


Anhelo estar a tu lado, sentados al borde del frío mar del norte, para charlar como siempre y tener nuestras discusiones pseudo-filosóficas (¡Cómo odio ese prefijo!).


Sí, aún sigo en la búsqueda incansable de empleo pero ya se me acabaron las ideas, dicen que espere a que culmine la etapa electoral para retomar las actividades pero el tiempo apremia, mi buen amigo. Aunque a principios de semana recibí una llamada que me relajaría la misma, y es que esta mujer resuelta de buena vibra me decía
“Tranquilo, ya recibí tu currículo y voy a enviar carta de recomendación a mis amigas empresarias” Aún me pregunto: ¿eso fue un sí o un no?


Confieso que te recordé mucho en el transcurso de la semana, sobre todo el miércoles. Ese día debía escoltar a mi tía Virginia al Aeropuerto Internacional de Maiquetía, esta vez ella viajaría a la maravillosa París que tú debes conocer como la palma de tu mano. Abordamos el taxi en las ruinas decadentes del antes impresionante Parque Central y nos encaminamos a La Guaira evitando el tráfico del mediodía. Mientras salíamos de Catia pude observar el panorama de las montañas, invadidas por esas casas coloridas, imaginé un cuadro impresionista, aquellas historias de Tolkien en las cuales describía las viviendas de los Hobbits. Me pareció tan interesante observar con otros ojos aquel paisaje hasta que comprendí que aquellos caseríos y barrios eran el infierno mismo, brotando desde las montañas cual hiedra venenosa con flores rojas llenas de sangre. Permanecimos en silencio hasta que llegamos al primer túnel Boquerón, entonces Virginia me dijo: “¿Sabías que mi madre era bruja?”, no contesté. La miré con asombro mientras ella continuaba su relato de la manera más natural, como si estuviera hablando de ropa y zapatos “Ella veía cosas que nadie ve, podía presagiar el futuro pero rara vez lo revelaba. Un día yo estaba jugando en el porche de la casa cuando ella, desde su mecedora me miró amablemente y dijo con voz dulzona ‘Tú viajarás mucho durante tu vida, conocerás el mundo… pero nunca formarás una familia’ ¿Verdad que es extraño?”“Fíjate que sí conozco mundo: me enamoré de un catire en Madrid, tuve una aventura en Moscú, me escapé con un cantante en México, bailé tango con un morenazo en Buenos Aires, lloré al despedirme de ese poeta en Viena, me volví dominatriz en Ámsterdam y casi me muero rescatando a ese salvavidas en Sídney… y tú conoces todas mis historias de amor y desamor ¿Pero acaso has escuchado que algún hombre me proponga matrimonio?”. Pensé inmediatamente en mi abuela, en cómo me llenaba de privilegios, cómo me consentía y tenía prioridades conmigo, a pesar de que ella era una mujer de mano dura y cruel con quien se le opusiera. Mi mirada se perdía en el vacío recordando a esa mujer desgastada por la diabetes y el cáncer llamándome como siempre lo hacía: “Mi Rey”.


“¡Ah! Ya llegamos”. Virginia pagó ochenta bolívares fuertes al taxista y continuamos nuestra trayectoria por el aeropuerto cuyo ambiente de arte cinético a mí me parecía hermoso y felicitaba a Cruz Diez en pensamiento pero Virginia me contestaba “No has visto mundo, Jack, los demás son mucho más hermosos que éste”. Me llenaron de nostalgia sus palabras porque tenía razón, no conozco mundo, por lo menos no lo suficiente como el que debería y mis recuerdos de parajes remotos en el mapamundi se remontan a la niñez que quisiera olvidar. Se despertó en mí una necesidad que había encerrado en mazmorras interiores de mi psiquis, debo salir de este país. Y así seguí sintiéndome hasta ver su avión despegar, con mi rostro inexpresivo sondeando la oscuridad y una presión en el pecho, rogando por no marchitarme en un lugar que augura mediocridad.

Juan Carlos, en aquella oportunidad no pude entenderte cuando abandonaste Venezuela y te enrumbaste a una vida incierta. Pero ahora te comprendo a la perfección, se trata de evolución, de no tener miedos, de visualizarse y hacer lo que uno desea. Lo demás es excusa, lo demás es flojera, o ese convencionalismo que no me atrae. Y ahora más que nunca acierto ese lema que usaba desde hace algunos años “Mientras los sueños no tengan fin el camino será ilimitado; sólo lo bloquea el miedo”. Pues aún me falta mucho por recorrer, tengo a mis musas, tengo a mi arcángel, tengo a mi locura y tengo a mis consejeros, pero no tengo miedo.


Tu Amigo

viernes, 16 de octubre de 2009

Cap. 3: El Arcángel.

Mi buen amigo Juan Carlos:
Recuerdo el cuento que me habías relatado en una de tus cartas, cuando te fuiste del país “…erase una vez un ratón que debía regresar a su casa, pero estaba temeroso del gato de la cuadra y siempre tomaba las mayores previsiones para no ser atrapado. Aquella noche el ratón se dirigía por el medio de la calle, sólo oyó el ladrido de un perro, no vio a ningún gato así que continuó su marcha con despreocupación. Al llegar a la puerta de su casa lo sorprendió el gato con un ataque feroz. “¡Pero yo no te escuché!” Decía el ratón “¿Cómo fue que apareciste de la nada si lo que oía era un ladrido?”, pero el gato le respondió “Ese fui yo grandísimo tonto”. El ratón estaba confundido “Los gatos no ladran, maúllan” pero el gato dijo airoso “Es que en este país tienes que hablar dos idiomas para lograr el éxito…”.


También recuerdo aún aquel momento en que observábamos el atardecer y discutíamos sobre la creencia en el destino. Tú lo mencionabas como ese misterioso avatar lleno de caprichos pero a la vez sabio que controlaba nuestras existencias, yo más bien lo consideraba como una invención del hombre, así como la reencarnación o las distintas religiones. “Nosotros construimos nuestras propias vidas y nuestro porvenir” eso decía. Pero ahora pienso que probablemente tengas razón.


Me levanté a comienzo de semana de la manera más rutinaria para un desempleado que quiere trabajar, seguí enviando resúmenes curriculares a lugares donde no me necesitaban, ya mis acciones eran realizadas de manera automática pero en un momento me aislé por completo de la realidad, mis cuatro musas volvieron a abrazarme al detenerme para contemplar tanta belleza en un lugar por el que había transitado tantas veces, pues estaba en el Capitolio y su cúpula dorada. No presté atención a la mujer morena que gritaba a todo gañote tratando de comprar oro, dólares, euros o cupos en CADIVI; tampoco al grupo de niños con boinas rojas que caminaba en filas agitados por el severo látigo que azotaba una señora de larga cabellera mitad negra, mitad blanca. Solo observaba absorto la arquitectura y mi mirada se deslizaba hacia la Plaza Bolívar llenas de toldos rojos pero limpia, el palacio municipal brillante como el oro, y luego la catedral y la Biblioteca Nacional. Ya sabes que no soy muy religioso, tal vez haya surgido en mí una necesidad de ayuda o simplemente quería contemplar las obras de arte allí adentro. Me senté de frente al altar, observando sus detalles y aquellas imágenes que me sonreían y miraban con piedad como dándome la bienvenida a ese sacrosanto lugar. No recé, no pedí por nada, sólo sentí la paz interior por un momento y me dispuse a abandonar el lugar. Pero al levantarme una voz autoritaria me detuvo, entonces lo vi, era el Arcángel Gabriel con sus alas desplegadas y una luz brillante que me impedía ver su rostro, se acercaba a mi lentamente desde el altar.


-¿Por qué te reservas tu futuro Jack?- me preguntó, yo no sabía que contestarle.

-¿Acaso he muerto?- indagué.

-No estás muerto, pero temes marchitarte y morir en la mediocridad. ¿Por qué te reservas tu futuro si tu destino ordena que seas grande?

-¿Mi destino?

-Yo te voy a ayudar, yo sé lo que estas sufriendo. Te sientes prisionero, impotente en un hogar que no es tuyo. Se te acaban las ideas, no encuentras que más hacer y crees que te esfuerzas al máximo pero no es así. Tú eres diferente Jack, posees el don de pasearte entre dos mundos y percibir las cosas de manera diferente. Estás destinado a algo grande pero aún no te das cuenta de tu potencial.

Su voz era dulce como el hidromiel del que tanto hablaban mis musas en los delirios líricos. Mientras hablaba yo observaba a los demás quienes estaban muy encerrados en sus plegarias como para mirar lo que yo hacía. Caminé rápidamente pensando que debía ser un efecto del hambre atroz que tenía, pero el arcángel me siguió hasta los tenebrosos pasillos del metro en los que había corrientes embravecidas de personas andando a velocidad de caballos.
-¿Si mi destino es la grandeza, entonces por qué estoy encerrado en esta encrucijada?- inquirí con un susurro, Él sonrió.

Dirás que al fin he abrazado la locura, amigo mío, pero desde entonces me sentí más sereno al tener una compañía distinta a mis amadas musas. Alguien o algo que me obligaba a acercarme a la realidad, enfrentarme a mis temores y trabajar por la excelencia. Pero de poco servían los consejos, pues en este país existen muchas máximas:
• “No título + No experiencia = No trabajo”
• “NO título + Sí experiencia = No trabajo”
• “Sí título + No experiencia = No trabajo”
• “Sí título + Sí experiencia = No trabajo”
• “Y si firmaste para aprobar el referendo revocatorio = Es mejor abandonar el país”.

Ya observaba yo cuando era niño a los adultos quejándose de todo y siempre critiqué ese detalle. Pero ahora que entro a la adultez puedo entender la impotencia que sentimos los menos privilegiados, al poseer la materia prima pero que el premio lo ganen personas poco merecedoras. Luego vienen los apagones, las crisis en las telecomunicaciones, las calles rotas y la retórica política de ambos bandos enemistados sin uno tener la culpa de ello.


En eso pensé mientras caminaba por el centro de la ciudad de nuevo a la fiscalía a buscar más consejos de Lucy, el país estaba conmocionado por el satélite venezolano que aún no terminaba de despegar. La cobertura fue nacional, había lágrimas en los ojos de ancianas que gritaban “¡Que viva Chávez!” y me desplomé en la acera con una debilidad mortal. “Sí, estoy muriendo” Desperté en un ambulatorio atendido por cubanos que me decían “Se te bajó la tensión, acá no hay alcohol, no hay gasa”.


Al siguiente día debía ir a la universidad a mi cita de revisión de expediente. Volver a pisar mi alma mater me llenó de nostalgia, tantas cosas por las que luché para terminar mis estudios en Caracas y lo había logrado. Pero la sensación de felicidad se convirtió en angustia al descubrir la estafa que le habían hecho a varios de mis compañeros y lo peor. “Señor, no le cargaron las notas, para esta universidad usted no existe”. Luego de muchas horas de lucha verbal, amenazas con introducir una acción de amparo constitucional, cartas a decanato y llanto, logré llegar a un acuerdo con los representantes de tan prodigiosa casa de estafas. Mi cuerpo estaba envenenado, tomé el metro y fui a caminar a mi lugar favorito: La Universidad Central de Venezuela. No te puedo decir cuánto tiempo estuve en ese estado, pensaba en todos los obstáculos a los que esquivaba con dificultad pero que no encontraba paz hasta tanto tener estabilidad. De repente una imagen me sacó del estupor, estaba en los jardines de la Facultad de Ciencias cuando escuché un lejano ladrido pero el perro estaba a un metro de distancia, un magnífico ejemplar negro, estaba concentrado en el bosque de bambúes que tenía al frente y no dejaba de mirar fijamente hacia arriba. “¿Qué estas observando?” le pregunté en tono juguetón, sólo se limitó a mirarme y luego mirar hacia arriba de nuevo. Observé la luz incandescente que provenía del bosque y lo supe, era el arcángel nuevamente.


-Tienes que pasar por estas pruebas, Jack. Así sabrás que vales la pena tanto como yo lo sé. Pero te traigo buenas nuevas, te hice un regalo.

-¿A qué te refieres?

-Verás, los “incorpóreos” a veces mandamos “mensajes” tangibles para que se cercioren que no somos obras de la imaginación.

Y tú me preguntarás mi buen amigo ¿Cuál fue ese maravilloso regalo? Pues eso aun no puedo decírtelo, debo analizar, pensar más que antes. ¿Cuál es mi futuro? No lo sé ¿A qué me voy a encaminar? Pues eso es también difícil de responder, pero puedo decirte que ahora mis acciones serán más analíticas. Me abriré camino a las posibilidades que consideraba imposibles porque siento que puedo lograrlas. Espero me entiendas algún día, cuando sea más claro en mis escritos.

Tu Amigo

viernes, 9 de octubre de 2009

Cap. 2: De Los Orígenes de Jack y su Primer Final Feliz


Natalie era una mujer sentimental, la palabra cursi podía describir su personalidad sin menospreciarla. Provenía de una familia francesa numerosa que su matriarca controlaba con mano dura. Siempre tuvo el sueño de convertirse en princesa y ser rescatada hacia un mundo ostentoso de colores rosa, permanentes en sus cabellos castaño oscuro, hombreras elegantes, discos de acetato de Natusha y dramas de cuentos de hadas.

Iván era un hombre común, parrandero y mujeriego. Trabajador desde muy temprana edad, no había algo más gratificante para él que sudar la gota gorda para poder costearse sus cervezas al lado de la mujer que le gustara bajo el fondo musical de Queen o The Police.

Iván y Natalie se conocieron al son de la música disco una Semana Santa en una de las hermosas playas de Puerto la Cruz. Realizaron el típico ritual de cortejo: cruce de miradas, invitación a bailar, compartir tragos de ginebra, conversaciones triviales y luego el beso. Natalie sintió que se le movía el piso
“¿Será este el tan esperado amor de mi vida?” pensaba ella; Iván sólo podía pensar “¡Esta chica sí besa rico!”.

El intenso romance dio paso a una relación más formal. Eran la pareja más adorada y envidiada, el amor que se tenían era inspirador para cualquier poeta. Entre tantas salidas, fiestas, borracheras, un viaje a la olvidada Nottingham, Natalie no se estaba cuidando, Iván olvidó los preservativos y producto del amor o de la pasión desesperada engendraron a un bebé.

Lucía era compañera de trabajo de Iván, había sido eterna rival de Natalie aunque no estaba enterada de la relación de noviazgo entre estos dos. Siempre veía llegar a aquel hombre a laborar con muy buena disposición y con una sonrisa impecable.
“Sería tan feliz si yo estuviera con un hombre así” pensaba todos los días, y como si el pensamiento se hubiera convertido en un fuerte deseo, para su sorpresa Iván comenzó a coquetear con aquella hermosa rubia.

Fue un lúgubre día cuando Iván abandonó su vida amorosa con Natalie, quien estaba embarazada, para casarse con Lucía a pesar de sus múltiples inseguridades. La lluvia no cesaba, Lucía esperaba por encima del tiempo con su vestido blanco (Que ya le empezaba a dar calor), estaba a punto de irse decepcionada cuando llegó Iván empapado, con una mirada suplicante diciéndole
“Te Amo”. Natalie solo podía llorar desde la lejana Nottingham, donde gestaba a su primer hijo.

Días después nació el bebé, Natalie decidió llamarlo Jack y no con el nombre de su padre porque le parecería una tortura amargar los recuerdos del amor de su vida cada vez que llamara a su hijo.

Jack fue creciendo bajo la crianza de su familia francesa muy particular y la camaradería de su prima maliciosa y su primo salvaje, entre otros personajes. A menudo veía a su padre y a su rubia esposa, tan gentil con él que no podía entender el recelo de su madre.

Natalie se casó con Gregorio el Gordo por despecho y decepción, años después continuaba enamorada de Iván y le costó entender que la vida continuaba. Tal vez porque no sentía amor puro por su esposo era la explicación de tantas peleas. Esta vez llevaba la vida ostentosa que tanto soñaba, Gregorio era un banquero muy acaudalado y ella podía darse los lujos que deseaba. Pero era una mujer infeliz que desahogaba sus pensamientos con su hijo tal vez con la esperanza de que él la psicoanalizara. Aunque se despertaba de su fantasía al repetirse que Jack era muy niño. Ella lo amaba tanto, fue el producto de un verdadero y puro amor.

Pero Jack no era un niño común, a los dos años aprendió a leer, a los cinco ya podía analizar historias. No pudo evitar darse cuenta de la infelicidad de su madre por los abusos de Gregory el Gordo cuando la insultaba, cuando le pegaba, cuando la humillaba en público. Deseaba tanto regresar a la calidez de su inmensa familia francesa y dejar aquel frío apartamento lleno de libros y juguetes. Quería ver a su madre sonreír otra vez.

Natalie abandonó por primera vez a Gregory, lamentablemente no fue la última. Gregory el Gordo era un hombre obsesivo, cruel y neurótico, pero sagaz e inteligente y rápidamente lograba seducir a Natalie para que volviera con él, ya que valiéndose de medios lícitos o ilícitos. Jack tenía unas ganas horribles de desaparecer en la arboleda del patio de la casa de sus abuelos y no saber nada más de peleas, humillaciones, amores secretos, reconciliaciones o una hermanita en camino. Era demasiada información para un niño, tal vez podía huir nuevamente a la lejana Nottingham donde sus ojos se abrieron por primera vez.

Jack fue obligado a decirle “Papá” a Gregory el Gordo, esto entristeció enormemente a Iván quien conocía la infelicidad de Natalie ya que la veía reflejada en su hijo. Cuando nació Katterina las tensiones aumentaron, los abusos de Gregory eran cada vez superiores. Natalie abandonó el hogar con sus hijos la noche en que llegó a su casa, notó todo destrozado, su ropa rasgada y una nota en la pared escrita con pintura de labios diciendo “TE VOY A MATAR PERRA”. Pero una caución policial no impide a un psicópata dejar notas por correo o publicar anuncios en periódico de media página diciendo “PERDÓNAME” o “MI AMOR ES GRANDE Y TE NECESITO”.

Natalie no podía más, sentía que su espacio libre se reducía y se sintió impotente cuando la llamaron del preescolar avisándole que su padre habría pasado por Katterina pero que no le permitieron llevársela. Aquel fin de semana Gregory fue a buscar a Jack al colegio, le dijo que su madre había salido de viaje y que estarían todo el fin de semana juntos. Jack no se sorprendió ni se lamentó, todo le parecía normal. Un tiempo donde estuvo en parques de diversiones, exposiciones de libros infantiles y playas. ¿Pero qué niño puede sospechar que está siendo secuestrado cuando está disfrutando con un padrastro al que no quería pero tenía que aceptar? Hasta que llegó un momento donde a pesar de su inocencia infantil Jack sintió que algo no estaba bien.

-¿Dónde está mi mamá?- Preguntó.
-Te dije que está de viaje.
-¿Y cuándo regresa ella? ¿Cuándo me dejarás en casa de mi abuela?

Esa noche Jack se despertó debido a los gritos de Gregory el Gordo hablando por teléfono escupiendo palabras ininteligibles. Al día siguiente Gregory y Jack fueron a la Playa de Puerto Píritu. Era domingo y estaba atestada de gente. Jack no se dio cuenta mientras se bañaba que había perdido de vista a Gregory el Gordo, quien no había dicho palabra alguna en toda la mañana. Era demasiada gente, no sabía a quién preguntar, llorar sería desperdiciar energía y necesitaba encontrar una salida. Pero se sentía tan pequeño, olvidado, aislado de todo lo que conocía. Ya no habrían más panqueques en la mañana, puré de papas de la abuela, sus primos, nada. Tan solo y rodeado de tanta gente, como seguiría sintiéndose por el resto de su vida. De repente como por arte de magia apareció ante su vista borrosa por las lágrimas su madre con una expresión indescriptible acompañada de unos policías y dos de sus hermanos.

Jack no supo más de Gregory el Gordo hasta muchos años después. Luego de dos meses Natalie le comenta a su hijo que emprenderán una nueva vida en un lugar lejano. El destino: Puerto Ordaz. Una ciudad que Jack no conocía ni en los mapas que tanto le gustaban. Se sintió con miedo, mucha inseguridad y nostalgia, pero feliz. Ya no habría más de Gregory el Gordo, sólo era su madre, su hermana y él.

Este fue el primer final feliz de Jack de Nottingham.

viernes, 2 de octubre de 2009

Cap. 1: Trabajo mas no empleo

Mi buen amigo Juan Carlos:

¡Cuan sabio fue el maestro Sun Tzu! Al decir en sus máximas de la guerra “Colocadlos en una situación de posible exterminio, y entonces lucharán para vivir. Ponlos en peligro de muerte, y entonces sobrevivirán. Cuando las tropas afrontan peligros, son capaces de luchar para obtener la victoria…” Pues ahora exactamente me encuentro en esa situación.

Gracias por las numerosas cartas de felicitaciones referentes a mi graduación, aunque aún estoy acostumbrándome a la idea de ya no ser más un estudiante, despedirme de la vida de privilegios de la universidad y entrar al frio mundo de los abogados. Pero sigo siendo yo, manejándome entre dos mundos: las paredes y aceras grises de la gran ciudad y los intermitentes colores de la creatividad. ¡Ya sé que volverás a menear la cabeza cuando leas esto! Pero aún deseo escribir, las cuatro musas siguen a mi lado, fieles a mis necesidades bohemias y dejándome llevar por sus caprichos hilarantes. ¡Ah! Mi buen amigo, aunque mis anhelos artísticos se ven refrenados por la imperiosa obligación de volverme productivo, mas la búsqueda de empleo en la metrópolis no se me ha hecho nada fácil.

Comencé comprando los principales diarios de la ciudad, leyendo muy brevemente las noticias y descartando todo el papel quedándome únicamente con la sección de clasificados, me iba a cualquier Café de la ciudad y los leía pacientemente mientras me deleitaba con el sensual sabor del mocaccino. Qué cruel es la inexperiencia con las almas ingenuas pues me dejé seducir por los anuncios que evocaban “Multinacional en expansión busca personas para trabajar, tiempo parcial 1.500, tiempo completo 3.000 o más. Interesados solicite cita al 0416 000 0000, trabajeyamismo@email.com” o “Empresa multinacional solicita personal, no importa edad, preparación, estudios. Gane ingresos superiores al sueldo mínimo, horario flexible, tuoportunidadyallegoparasiempreamen@email.com”.

Al día siguiente estaba de punta en blanco, con un traje azul marino, camisa blanca, corbata roja y unos zapatos de vestir que me apretaban. Llegué con cinco minutos de antelación a la recepción, una chica de acento andino y mirada felina me condujo entre pasillos hacia una sala levemente iluminada, con una tarima improvisada y varias sillas de mimbre ordenadas en filas. Los demás aspirantes estaban en vestimenta casual, algunos ni se molestaron en peinarse, cuando comenzó la ponencia de un señor de entrados sus treinta y pico de años quien hizo alarde de su carisma, yo sentí la confusión que sienten los timados a los que les cuesta entender que han jugado con sus sueños y esperanzas, hasta que abrí mis ojos, los elevé al cielo raso y pensé “¡Maldita sea! Esto es Herbalife”.

Amigo, tú más que nadie conoces que mis fobias son menos convencionales que las de los demás, miedo a la mediocridad o a perder mi tiempo en algo o en alguien que no vale la pena; pero inmediatamente saliendo de la decepción de la multinacional que me ofrecía inestabilidad y un orador que degradaba el trabajo empresarial o la formación universitaria, me dispuse a elaborar una nueva estrategia a la vez que mi paso avanzaba por la ciudad como un huracán y se formaba una actividad eléctrica motivada a mi sola presencia. Llegué a casa escaneando mis fotos, actualizando mi currículo y suscribiéndome a paginas empleadoras como empleate.com, bumeran.com, cvfuturo.com, tugente.com y perfilnet.com. La respuesta a las propuestas aun las sigo esperando. Revisé los clasificados nuevamente cerrándole la puerta de mi habitación a las musas quienes querían sacarme a jugar en los jardines imperiales de la diosa nórdica Saga. Llamé a los pocos contactos que tenía para trabajar en la administración pública. Tú me preguntarás ¿Serías capaz de vender tu alma por dinero y empleo? Pues, en estas circunstancias me lamento responder que sí, pero es necesario, es supervivencia. Envié mi currículo a PDVSA, a la Alcaldía Mayor de Caracas, al Ministerio Público, a los Tribunales Laborales, a la Asamblea Nacional y al SENIAT pero no recibí respuestas.

Sin embargo, amigo, la prisa llegó cuando mi querida tía (con quien vivo actualmente) anunció que se mudaría, mi prima y su esposo se han graduado como ingenieros de minas al mismo tiempo que yo y se mudarían a Maracaibo. Las musas lloraron pues eso significaba que debía abandonarlas de momento pero yo presté poca atención ya que tenía mucho que hacer: encontrar empleo y habitación donde vivir.

Al día siguiente me coloqué mi mejor camisa y corbata, unos pantalones de lino gris y mis zapatos de vestir que seguían siendo incómodos. Fue esa mañana en la cual los llantos incesantes de la multitud sin rostro se agolpaban en el metro, para al final ligarse los unos a los otros formando una criatura cubista encerrada en latón que despertaría de la tumba al mismo Picasso asombrado por la letanía en el vaivén de las puertas que nunca terminan de cerrar. Luego de ser disparado a presión desde el hacinado vagón salí por la estación de Nuevo Circo hacia la avenida Fuerzas Armadas. Lo bueno es que me encanta caminar y disfrutar de cada uno de los detalles que nadie se detiene a ver, y en esas caminatas me reencontré con las musas quienes me perdonaron mis abandonos. Al llegar al edificio Fondo Común noté que algo no andaba bien, pero esta vez me pidieron referencias personales, fotos tipo carnet, resumen curricular, etc. Nada más subir y llegar a la oficina cuando observé un afiche gigante que decía “Herbalife”, me fui inmediatamente. Tuve tres entrevistas más en las que me dijeron “Te llamaremos” con un tono nada convincente. Cuando me dirigía a almorzar en cualquier lugar me detuve en el Ministerio Publico y entré con toda la autoridad de un fiscal, sin hacer cola y tan seguro de mí que nadie me detuvo. Hablé con mi amiga Lucía quien me hizo un listado de los principales bufetes de la ciudad y me encaminé hacia cada uno de ellos con más de una docena de resúmenes curriculares, me cerraron las puertas, me daban escusas enredadas o simplemente me decían que NO.

Ya cansado intenté preguntarle a una vendedora en uno de los agentes autorizados movistar, en el maravilloso edificio Parque Cristal, ella me habló de dos contratistas y me abalancé hacia allá con los últimos dos currículos que me quedaban.

Luego, al otro día me presenté en el edificio Polar en Plaza Venezuela, con un blazer color negro, franela vino tinto, blue jeans y mis zapatos de vestir incómodos. Subí hasta el octavo piso mientras que por alguna extraña razón las musas no me abandonaron y reían con coquetería en secreto como si supieran el destino que me deparaba. Volvieron a invitarme a una sala contigua en la que ya había veintitrés personas. Después de una serie de actividades grupales en las que se despertó mi carisma y las musas bailaban invisibles al ojo humano, fui seleccionado para una evaluación psicológica y posteriormente una entrevista más personal. Tal fue mi sorpresa cuando me dijeron “Jack, eres demasiado ambicioso y con un nivel académico muy alto para que te contratemos, no puedo asumir ese riesgo…” No sabía si sentirme halagado o turbado, en tal caso sentí que caía en el agujero de Alicia y había entrado a un mundo patas pa’rriba en el cual los conejos toman tazas de té de manzanilla; las personas usan medias en las manos y guantes en los pies; y la ambición y la pro actividad son malos para el negocio pero la conformidad y la mediocridad sí son buenas…

Llegué a casa derrotado, ya se avecinaba el fin de semana y mis pies suplicaban clemencia. En este punto de la historia te escribo, amigo mío, aún sigo luchando y no me daré por vencido.

Tu Amigo