domingo, 24 de abril de 2011

Cap. 17. La visita de Katterina (parte I)

Mi buen amigo Juan Carlos,


He recibido con gran agrado tu carta en la cual hablas con mucho acierto sobre los desvaríos entre el amor y la felicidad en el mundo moderno. Y no hay palabras más sobrevaloradas que ambas.

De hecho yo soy muy budista o nihilista al respecto. Para mí la felicidad se traduce en los momentos de paz interior no deseados adrede o los momentos en que comparto con mis mejores amigos. Esta semana estábamos analizando el asunto en un rápido almuerzo en MAKI Sushi & Thai de Los Palos Grandes en el que al fin pudimos coincidir todos a la vez.


-Pues tal vez la felicidad no existe – analizó Magnolia – Yo pienso que sólo hay momentos buenos y malos…

-Pero esos momentos se llaman felicidad – Interrumpió Elizabeth llevándose la mano a la frente como si acabara de escuchar la estupidez más grande.

-Yo no sé cuál es el empeño del ser humano moderno de elevar esa palabra a un imposible- Señaló Arthur, un poco incómodo porque acaparaba las miradas indiscretas de todos en el lugar – ¡Felicidad es felicidad y punto! Ahora mismo soy feliz por estar con ustedes y a la vez soy infeliz por ciertos asuntos privados.

-Creo que Jack se refiere a la felicidad plena la cual es casi una utopía – Dijo Dimitri y a Elizabeth se le volvieron los ojos estrellas al escuchar su voz profunda.

-¡Nada que sea etéreo está lleno de plenitud! – Respondió Arthur un poco irritado – Ni siquiera la muerte. Pues una vez que falleces sigues vivo, en cierto modo, en la memoria de los demás.


Tal conversación banal en medio de una buena comida exquisitamente preparada me hizo preguntarme por qué anhelamos esa tan cliché búsqueda de la felicidad si cada vez le encontramos una definición más irreal.

Ese día un poco más tarde volvimos a encontrarnos para tomarnos unos excelentes mocaccinos y guayoyos en Aroma Café. Todos escuchábamos con expresión aburrida a Magnolia contándonos una de sus aventuras sexuales (Esta vez con el vicepresidente de una empresa constructora en la azotea de uno de los edificios más emblemáticos de Caracas) y de repente frente a nuestra mesa estaba ella, con el cuerpo más sensual y exuberante de toda Venezuela, vistiendo Roberto Cavalli de pies a cabeza. Levantó sus manos al cielo y lanzó un grito tal cual fanática adolescente de cualquier grupo musical del momento.


-¿Katterina? – Preguntamos al unísono. Elizabeth y yo nos miramos fugazmente con una expresión parecida a si hubiéramos recibido nuestra sentencia de presidio por 30 años, ya que sabíamos lo que nos esperaba los siguientes días.

Seguramente, amigo mío, recordarás a mi hermana Katterina. Aquella dulce niña hiperactiva no es ni la sombra de lo que solía ser. Ahora es una despampanante pelirroja, adicta al glamour, las fiestas y los hombres. Ella observaba a Arthur del mismo modo en el que yo veo un corte de carne T-Bone servido en Lee Hamilton y me dijo.

-Esta vez vine de sorpresa porque sabía que inventarías una excusa de trabajo para no verme. Y estoy ansiosa por delirar con la vida nocturna caraqueña que tanto he extrañado.


Era jueves en la noche, éramos nómadas en los infinitos clubes nocturnos de Las Mercedes y ya a las doce quería irme a mi casa a dormir. Pero la energía de Katterina era insaciable, yo la observaba fumarse un Marlboro mentolado mientras se rendía ante la música electrónica que recorría su cuerpo como electricidad estática atrayendo sobrenaturalmente cual sirena Lorelei a la fauna masculina de la Caracas de neón, reggaetón, house y uno que otro merengue de los ochentas. A veces la envidiaba, parecía que obtenía todo lo que deseaba con tanta facilidad, cosa muy alejada de la realidad. Pues tú, Juan, conoces nuestro pasado y lo que sucedió después con mi hermana luego que nos separamos es aún un misterio para mí. Pero increíblemente puedo observar un registro de dolor, supervivencia y sabiduría en las pupilas de Katterina aunque ni ella misma lo sepa y menos lo aparente.


Visitamos casi todos los clubes esa noche, desde los VIP hasta los más underground, los bares machistas y las discos gay. Katterina no dejaba de exigir cual niña malcriada y yo no podía recurrir al consuelo de Elizabeth quien ya después del séptimo trago balbuceaba entre carcajadas cuál era el color de los ojos de Dimitri “Plateados con incrustaciones en zafiro”. Pobre de ella quien vive un amor idílico por alguien quien no está interesado en ella o en nadie en particular pues Dimitri solo piensa en su carrera y sus teléfonos con más inteligencia que la de un chico de dos años.

-Voy a besarlo Jack - Me dijo solemne luego de tomarse un trago de vodka como si fuera sólo jugo de naranja.

-Si no lo haces tú lo haré yo – Dijo Katterina a lo que Elizabeth respondió con una de esas miradas que expresan más de millones de palabras.

Incluso Magnolia se sentía amenazada por mi hermana. Ella tiene tanta facilidad para conquistar hombres, y para desecharlos a los veinte minutos que era el tiempo genérico que le tomaba aburrirse de ellos.


Eran las tres de la mañana y yo ya estaba practicando la excusa que diría en mi oficina más tarde, de la misma forma en la que practico los ensayos de teatro. Katterina me haló del brazo y me gritó con su musical voz “¡Herma vamos a bailar!” y mientras nuestros cuerpos se movían vertiginosamente entre numerosa gente pensé otra vez en eso que llamamos felicidad, tanta gente dejándose ir por el sonido de la música, relajando su cuerpo, riéndose a carcajadas, besando, saltando. Pero no pueden dejarse llevar por los deseos de ser felices, de amar. Pensé en Katterina, en lo jovial que era. Ella no mentía, no se ocultaba en máscaras de falsa virtud o de doble moral y era feliz porque era libre.

-Al fin lo encontré Jack – Me dijo al oído cuando la multitud gritaba porque había comenzado la hora loca – Encontré a mi padre y vine a pedirte que me acompañaras. No puedo hacerlo sola.

Las piernas me temblaron y quedé estático como una de esas estatuas en mal estado que tanto hay en la ciudad. Tú sabes quién es el padre de Katterina. Tú sabes la historia de Gregorio el Gordo, uno de los traumas de mi infancia que aún me persigue en sueños. Así culminó la noche, seguida de infinitos cafés y pastillas para el dolor de cabeza.

Katterina sigue en Caracas esperando al fin de semana en el cual enfrentaremos a nuestro pasado. Pues una de las recetas para la felicidad es estar en paz con los demonios del ayer y despojarlos para siempre.

Luego te contaré los detalles del viaje.

Tu amigo.


domingo, 10 de abril de 2011

Capitulo 16. El Vagón del Metro.

Mi buen amigo Juan Carlos.

Recuerdo perfectamente cuando charlábamos en el lindero de aquellos bosques encantados, infestados de hadas y sátiros. Tú mirabas hacia la ciudad humeante y decías “Lo que más me maravilla de la tecnología es la capacidad que tiene el ser humano de sentirla como algo tan normal, como emanado de la propia naturaleza”. Y en esas memorias de tiempos anteriores me pregunto qué tanto han evolucionado las tecnologías de la telecomunicación cuando pareciera que nosotros involucionamos socialmente a la par de ellas.

El sábado anterior estaba con Arthur y Magnolia en La Terraza VIP, excelente club nocturno de la caótica zona fiestera en Las Mercedes. Entre unos cuantos vodkas me encontré bailando con una rubia despampanante que no dejaba de reír como si estuviera alabando a una deidad que la llenaba de orgasmos con cada movimiento de caderas al son de la música electrónica. Luego de unos cuantos minutos de conversaciones triviales, bebidas y chistes malos acerca de cualquier celebridad que se equivoque con un comentario en Twitter. Ella acercó sus labios carnosos mojados de Gin and Tonic y me preguntó con tono sexual “¿Tienes Pin?”. Al responderle que no uso Blackberry sino un Omnia me dirigió una mirada despectiva como si le acabara de decir que vivía en el barrio más recóndito de Petare o el Guarataro. Ella se dio media vuelta con una sonrisa cortés y jamás volví a verla.

Días después le comenté el episodio a mi amigo Dimitri, fanático de la tecnología electrónica, los videojuegos y la ciencia ficción, mientras estábamos junto a Magnolia y mi prima Elizabeth en un vagón del metro con destino a la estación La California. Habíamos pedido la tarde libre en nuestras respectivas oficinas pues Elizabeth debía realizarse una cirugía ocular, la cual ya había culminado exitosamente dejándola drogada y desorientada por los sedantes.

-El problema no es la tecnología de las telecomunicaciones, Jack- Me dijo Dimitri sin dirigirme la mirada pues estaba posada en su teléfono móvil como era su costumbre- Sucede que este es un país de modas y la telefonía móvil no escapa de ello. Ya sabes que Moda y Discriminación son palabras que tienen cierta relación casi matrimonial.

-¿Verdad que todo lo que dice mi catire es bello?- Dijo Elizabeth refiriéndose a Dimitri, aún afectada por los sedantes. Ella tenía un enamoramiento platónico hacia él, lamentablemente no correspondido.

-Yo creo que la gente siempre ha sido bruta – Dijo Magnolia, mirándose en el reflejo de la ventana del vagón- Sólo que ahora con el tema de la inclusión social y gracias a la tecnología, ellos tienen voz.

-Recuerda que generalizar es un pecado capital – Repliqué.

-Pues yo sí creo que tienes razón, Jack – Balbuceó Elizabeth con una sonrisa de oreja a oreja – Y me incluyo entre ese género, tal vez sea un mal del periodista. Pero a veces me enredo en mi propio teléfono al recibir un mensaje pues no sé si ha llegado por SMS, MSN, Watsapp, Gtalk, Skype Mobile o alguno de los dos servidores de Twitter que tengo instalados en mi Android.

-Tal vez las tecnologías de tercera generación nos están dejando a nosotros de tercera edad – Reflexioné – Tal vez cada día seamos más apáticos hacia nuestro prójimo y más dependientes de este aparato que ya no sólo sirve para llamar y recibir llamadas, sino para organizar nuestro día completo, recibir correo, escuchar música, ver películas, ver la hora, ver la temperatura, recomendar qué camino tomar y recordarme dónde diablos estoy.

De repente el tren se detuvo con tal fuerza que todos caímos al suelo. Hubo una falla eléctrica al parecer. Era miércoles, a las tres de la tarde y sonaron las alarmas de los vagones. Una mujer se levantó de su asiento acariciando violentamente su cabello y diciendo “Soy claustrofóbica”. Los ánimos estaban acelerándose hasta que nacieron las primeras discusiones políticas las cuales fueron expandiéndose y aumentando de volumen hasta convertirse en una letanía de voces rabiosas que enrarecían el poco oxigeno que quedaba en el vagón. A mi lado estaba un hombre de unos treinta años el cual se desvaneció y susurraba “Soy asmático”. Y mientras la multitud gritaba para que abrieran las puertas pues nos quedábamos sin oxigeno miré a Dimitri cuyos ojos por fin estaban observándome y diciendo “Es un apagón a nivel nacional, me acaba de llegar un mensaje de texto”. Entonces la multitud encerrada en ese pedazo de latón entró en pánico, golpearon las puertas entre juramentos, groserías y lágrimas. Y se iba desvaneciendo mi esperanza por una sociedad menos individualista como la que estaba ante mis ojos.

Elizabeth reprimió una carcajada luego de decir incoherencias como “El cepillo se cayó porque es redondo y no cuadrado”. Pero al observar la multitud agitada se le despertaron sus vocaciones de líder y de comunicadora social. Se levantó del asiento con una postura y actitud que haría a Miss Distrito Capital morir de envidia y llamó a la calma con voz autoritaria pero risueña.

-Este hombre está muriendo de asma y esta mujer tiene una fobia ¿Van a empeorar las cosas con sus gritos o van a ayudarlos?

Entonces ante la mirada atónita de Dimitri, Magnolia y la mía la multitud comenzó a calmarse. Entre chistes hacia la incompetencia política, palabras de aliento hacia los afectados e incluso oraciones en diferentes versiones de diversas religiones el vagón regresó a la calma y mis esperanzas por la humanidad volvieron a nacer. Hasta que abrieron las puertas y comenzaron a empujarse y gritarse. Entonces suspiré, miré a mis amigos y lancé una carcajada. Pues la sociedad es imperfecta y las tecnologías no son más que un placebo para hacerla más agradable. Incluso cuando no hay energía para que funcionen.

Tu amigo.

domingo, 3 de abril de 2011

Cap.15: Los prejuicios y las vanidades.

Mi Buen amigo Juan Carlos:

Estoy seguro que debes recordar a Enrique H. cuando sólo era un comunicador social recién graduado y sin expectativas. Hoy en día es un aclamado Director de cortometrajes y fotógrafo profesional. Exitoso con las mujeres como si de su cuerpo despidiera feromonas diseñadas por Armani. Todavía, a pesar de su opulencia, es un buen amigo pero esta semana me hizo una propuesta que no quería escuchar jamás de él.

-Jack, necesito que seas mi modelo principal para la sesión de fotos que tendré este sábado. En verdad requiero alguien delgado así como tú – Me dijo mientras me tomaba un delicioso café en Havanna’s, el cual casi escupí. – No te preocupes, no estarás solo. Tu mejor amigo Arthur estará ahí también, ya sabes lo cotizado que es él, tuve suerte de conseguirlo para mi sesión - Entonces se retiró con una sonrisa de victoria mientras atropellaba mis palabras en un mar de dislexia excusándome para tratar de no aceptar. Cosa que no entendió ni se preocupó en hacerlo.

Al día siguiente, después de salir de la oficina me encontraba con una franela de rayas horizontales blancas y negras Gucci (Lo más “Avant Garde” que tenía en mi armario). Me dirigí hacia un lujoso edificio en La Castellana para una prueba de cámara y vestuario, allí estaba, rodeado de un montón de modelos en sus diecinueve o veinte años con cuerpos esculturales y actitud despreocupada. “¡Maldita sea! ¿Por qué yo no tengo los brazos así?” Me preguntaba y a la vez me lamentaba no haberme puesto una camisa manga larga. Caminé en la búsqueda de Enrique H. sintiéndome la cosa más insignificante existente en esa gran y luminosa habitación llena de dioses griegos, ajenos a mi religión (la cual no tengo).

Entonces vi a Arthur, pobre alma la suya, mirando melancólicamente al vacío intentado escapar por una ventana imaginaria de lo frívola que se había convertido su vida. Todos los presentes se le acercaban, iniciaban una conversación acerca de rutinas en el gimnasio, zapatos de diseñador, nombres de la crema y nata de la sociedad caraqueña y viajes al extranjero. Arthur maldecía su hermosa apariencia, de proporciones perfectas cada vez que se observaba en un espejo.

-Dime, amigo mío- Le pregunté salvándolo de las charlas de sanguijuelas vanidosas a lo cual profirió una verdadera sonrisa y no una fingida como lo había hecho antes– ¿Cómo alguien graduado con honores en Filosofía termina convirtiéndose en el Super Modelo Venezolano?

-Pues un hombre tiene que pagar las cuentas, el alquiler, el condominio, el mercado- Me dijo observándome con ira reprimida - No hay filosofía en la supervivencia del citadino, sólo sentido común.

-¿Y entonces por qué lo detestas tanto? – Pregunté.

-Porque el ser humano se vuelve idiota con el solo hecho de estar cerca de lo que él cree belleza, entonces su mente se cierra y no quiere saber más. ¿Acaso te ha interesado lo que sucede después de un final feliz o sólo permites que te relaje como si fuera un suero para dormir?

Los siguientes días estuve analizando las palabras de Arthur. ¿Qué es lo que consideramos belleza y por qué tenemos tantos prejuicios acerca de ella? Nunca mejor dicha esa pregunta porque en ese momento Magnolia manejaba su Mini Cooper por Chacao, hablándome sobre una aventura sexual y escapada a la playa cuando casi chocamos con un carro que manejaba en retro sin siquiera su conductor mirar atrás.

-¡Ah, pero claro!- Dijo Magnolia después de vomitar un montón de palabras desagradables – Eso va responder a tu pregunta, Jack- Y me señaló al famoso piloto. Una mujer extremadamente maquillada, voluptuosa y con uñas afiladas como la reencarnación de un súcubo.

- Si… tienes razón- Decía aún hipnotizado por la sensualidad de aquella mujer – No deberían permitirles manejar.

Por otra parte Magnolia me acompañaba al centro comercial en el cual tendría la infame sesión que ya me estaba provocando dolores de cabeza y miradas al espejo similares a las de Arthur, sólo que por las razones contrarias. Habíamos entrado a mi librería favorita en la caza de algunos escritos que me sacaran de dudas acerca de la belleza física y la condición del ser humano con respecto a ella pero lo que pude conseguir fue un regaño de Oscar Wilde diciéndome “La belleza es muy superior al genio. No necesita explicación”. Y justo al salir me detuve en el más grande anaquel de revistas que haya visto, repleto de hombres y mujeres llenos de complejos observando a hombres y mujeres impresos en fotos perfectas también llenos de complejos, como un largo y fastidioso circulo vicioso. Entonces pude observar un libro coleado entre tanta vanidad: “El Maestro y Margarita” olvidado por algún comprador arrepentido. Solitario ante fuentes de lectura más populares entre las nuevas generaciones. Así me sentía yo, como aquel solitario y gris libro rodeado de luminosas fotografías que serían más deseadas por las multitudes.

Pero al salir me di cuenta que no era el único, este país es famoso por sus hermosas mujeres, salones de belleza, compras masivas en cosméticos y tratamientos para el cabello. Y es cierto que el venezolano real se preocupa por su apariencia en una medida un poco más intensa que otras culturas. Pero al final no somos un cliché y terminamos observando con cierto recelo las vitrinas de las tiendas, juzgando a quienes se ven mejor que nosotros, discriminando a la Miss de turno, preferimos usar un atuendo “cómodo” comprado en el Mercado del Cementerio y comer unos patacones con mucha salsa así no seamos zulianos.

-Caracas está llena de maniquíes- Murmuré.

-Lo sé- Dijo Magnolia mirando un vestido rojo como si hubiera encontrado al amor de su vida – ¿Pero para qué sentirse amenazado por una estatua de plástico si al final carecen de lo que más nos interesa?

-¿Cerebro?

-Mira un poco más abajo, cariño – Dijo con una sonrisa maliciosa. Por eso Adoro tanto a Magnolia, me gustaría que la conocieras.

Ya en el lugar mi corazón latía como los tambores de Barlovento, pues me habían dado la noticia de que aparecería en unas cuantas vallas de la ciudad. Arthur me dio algunos consejos sobre el manejo en la cámara y la geometría en las poses. Cosa que me entró por un oído y salió por el otro. Entonces se nos acercó una chica rubia idéntica a una de las ninfas que se me aparecen en sueños, ya estaba resignado a que se acercaría a Arthur con alguna pregunta sacada de un test de personalidad de Cosmopolitan.

-Tú eres Jack D’ Nottingham, el escritor novato – Dijo con una suave voz – Yo soy tu gran admiradora – Yo miraba a Arthur quien se alejó escondiendo una carcajada.

- Si como escritor te refieres a mi blog…

-Pues todo artista tiene un comienzo, y tu lo estas forjando maravillosamente- Me interrumpió mostrándome unos dientes perfectos- Ojalá yo pudiera escribir como tú, pero soy muy tonta o impaciente. A veces me gusta olvidar el caos de esta ciudad y refugiarme en palabras maravillosamente ordenadas que crean frases ingeniosas. Hace cinco minutos acabo de comprarme un libro llamado “El Maestro y Margarita”, me pareció curioso el hecho de que estaba en un anaquel de revistas. Como si me pidiera que lo sacara de tantas vanidades juntas.

De pronto todos los prejuicios que tenía fueron removidos como si me halaran del pié para calmarme un calambre. Y disfruté por un momento ser un modelo, estar rodeado de gente que tiene muchos atributos pero a la vez bastantes carencias. Pero en fin, gente hermosa.

Y culmino esta larga carta con una frase de Ana María Simon en su cuenta de Twitter:

“La belleza es tu cabeza”.

Tu amigo.