Mi buen amigo Juan Carlos:
Hace mucho tiempo, en la lejana Nottingham que todavía me es
imposible olvidar, una señora muy anciana con ojos de lechuza y sonrisa
luminosa me regaló un libro viejo de Mitología Nórdica. Me dijo que era uno de
sus más preciados objetos pero de nada le servía atesorarlo de manera egoísta
si nadie más en el mundo podría apreciarlo.
Anoche en una de las limpiezas obsesivas que hago a mi habitación
este cayó de mi abarrotada biblioteca, abandoné la labor y me dispuse a ojearlo
una vez más. Tú debes recordar muy bien ese libro que llevaba para arriba y
para abajo como si fuera mi juguete predilecto, el de cubierta azul y letras
grandes. ¡Qué cosa tan impresionante tienen los libros amados que cada vez que
le echas una nueva lectura descubres numerosas cosas que se pasaron por alto la
vez anterior!
Así que esta semana lo cargué por toda la ciudad como si
fuera un talismán del cual no apartaba la mirada en momentos en los que el caos
me lo permitía. Mi mejor amiga Magnolia se burló muchas veces de que me había
enamorado de un ser inanimado de cuatrocientas páginas y que no me permitía
prestar atención a su anécdota que contaba excitada sobre aquel hombre cuyo
semen tenía el sabor de las Naiboas de Oriente.
-¡Era una cosa impresionante, Jack! Era como si me lamentara
de no tener un casabe a la mano para complementar.
Mis demás amigos rieron a grandes carcajadas pero yo me
limité a esbozar una amplia sonrisa complaciente y proseguí a mi lectura.
Tantas horas me dediqué a perderme en la cruel poesía escandinava que tanto
necesitaba en aquel momento.
Verás, mi buen amigo. Uno pasa los años de juventud o los
años de juventud pasan sobre ti con la efervescencia y vivacidad que seguro a
edades mayores recuerdas con gran nostalgia. La alegría, la diversión, la
preocupación, la manera de ver el mundo es distinta. Pero llega un momento en
el que uno se pregunta sobre el rol que se cumple en la sociedad, qué lo hace
uno tan especial. Uno de esos días recuerdo que Elizabeth nos hablaba
trivialidades típicas de un café a las seis de la tarde en la Plaza Los Palos
Grandes y entonces culminó con un “Yo no
quiero ser como los demás, yo prefiero ser original”. Dimitri dejó de
consultar su correo en su tableta digital para decirle con sarcasmo:
-Pero ese pensamiento
es tan poco original, todo el mundo quiere ser diferente a los demás y no se da
cuenta que está haciendo lo mismo que el resto del mundo. Ser diferente se ha
vuelto tan común que ya no es diferente, es una paradoja.
Pensé que era una opinión muy melancólica pero no era carente
de verdad. Y me preguntaba si en verdad alguien en este mundo moderno en el
cual todo está inventado había conseguido el santo grial de la diferencia, la
originalidad verdadera. Le comenté ese pensamiento a mi mejor amigo Arthur ayer
mientras almorzábamos unas hamburguesas en plena calle.
-La originalidad no
es el objetivo, amigo. El error es tratar de hacer algo diferente y eso no hay
que buscarlo, eso llega de manera inesperada. Lo importante es lograr hacer
algo inolvidable aunque ya se haya hecho, la Trascendencia. Pero muchos no lo
logran porque prefieren estar cómodos en sus asientos mientras creen que
dirigen al mundo que se les escapa.
Siempre me he preguntado por qué si mi amigo es uno de los
modelos más cotizados del país la profesión todavía sigue siendo tildada como
trabajo para “Cabezas Huecas”, de hecho se lo dije.
-Mi trabajo consiste
únicamente en ser hermoso, no tengo falsas ambiciones de originalidad y si
llegara a declarar públicamente mis pensamientos sería tildado de arrogante
grandilocuente ¿No crees? – Me dijo entre carcajadas mientras la salsa de
la hamburguesa chorreaba por sus manos.
La vida en la juventud es hermosa y sin embargo estos meses
de trabajo intenso, encerrado la mayor parte de mi tiempo en cubículos ejerciendo
mi empleo para poder pagar mis necesidades que en un futuro imaginaré banales.
Y uno añora esa chispa que te enciende y te dan ganas de no parecerte a tu
compañero de al lado quien ya tiene esposa, hijos y un futuro predecible, el
cual alegraría a tu familia porque tuviste éxito en la vida pero uno piensa y
piensa y analiza si lo que en realidad necesita es un estilo de vida
convencional. ¿Por qué?
Y entonces en una relectura de mi atesorado libro descubrí
la historia de Odín quien en la búsqueda de la sabiduría infinita tiene que
sacrificar su ojo derecho para poder beber de la fuente de Mimir que otorgaba
la sapiencia eterna. Esa era la respuesta, la trascendencia no proviene sino
del sacrificio de lo más preciado, tan fácil nos parece una vida confortable y
sin embargo nos perdemos en el sendero que los demás transitan resignados,
llegando a confundirnos con el vecino quien se ha casado por la iglesia la
semana pasada. ¿En realidad deseo eso? ¿Por qué?
Esta carta no tiene moraleja, mi buen amigo, tampoco una
resolución. Pero te alegrará saber que le he regalado el libro a mi amigo
Arthur quien ahora lo está devorando y me recuerda a mí mismo cuando yo lo tuve
en mis manos por vez primera.
P.D: Quizá un día de estos yo logre esa trascendencia que tanto
anhelo. Todavía no sé cómo.
Tu amigo.