domingo, 10 de abril de 2011

Capitulo 16. El Vagón del Metro.

Mi buen amigo Juan Carlos.

Recuerdo perfectamente cuando charlábamos en el lindero de aquellos bosques encantados, infestados de hadas y sátiros. Tú mirabas hacia la ciudad humeante y decías “Lo que más me maravilla de la tecnología es la capacidad que tiene el ser humano de sentirla como algo tan normal, como emanado de la propia naturaleza”. Y en esas memorias de tiempos anteriores me pregunto qué tanto han evolucionado las tecnologías de la telecomunicación cuando pareciera que nosotros involucionamos socialmente a la par de ellas.

El sábado anterior estaba con Arthur y Magnolia en La Terraza VIP, excelente club nocturno de la caótica zona fiestera en Las Mercedes. Entre unos cuantos vodkas me encontré bailando con una rubia despampanante que no dejaba de reír como si estuviera alabando a una deidad que la llenaba de orgasmos con cada movimiento de caderas al son de la música electrónica. Luego de unos cuantos minutos de conversaciones triviales, bebidas y chistes malos acerca de cualquier celebridad que se equivoque con un comentario en Twitter. Ella acercó sus labios carnosos mojados de Gin and Tonic y me preguntó con tono sexual “¿Tienes Pin?”. Al responderle que no uso Blackberry sino un Omnia me dirigió una mirada despectiva como si le acabara de decir que vivía en el barrio más recóndito de Petare o el Guarataro. Ella se dio media vuelta con una sonrisa cortés y jamás volví a verla.

Días después le comenté el episodio a mi amigo Dimitri, fanático de la tecnología electrónica, los videojuegos y la ciencia ficción, mientras estábamos junto a Magnolia y mi prima Elizabeth en un vagón del metro con destino a la estación La California. Habíamos pedido la tarde libre en nuestras respectivas oficinas pues Elizabeth debía realizarse una cirugía ocular, la cual ya había culminado exitosamente dejándola drogada y desorientada por los sedantes.

-El problema no es la tecnología de las telecomunicaciones, Jack- Me dijo Dimitri sin dirigirme la mirada pues estaba posada en su teléfono móvil como era su costumbre- Sucede que este es un país de modas y la telefonía móvil no escapa de ello. Ya sabes que Moda y Discriminación son palabras que tienen cierta relación casi matrimonial.

-¿Verdad que todo lo que dice mi catire es bello?- Dijo Elizabeth refiriéndose a Dimitri, aún afectada por los sedantes. Ella tenía un enamoramiento platónico hacia él, lamentablemente no correspondido.

-Yo creo que la gente siempre ha sido bruta – Dijo Magnolia, mirándose en el reflejo de la ventana del vagón- Sólo que ahora con el tema de la inclusión social y gracias a la tecnología, ellos tienen voz.

-Recuerda que generalizar es un pecado capital – Repliqué.

-Pues yo sí creo que tienes razón, Jack – Balbuceó Elizabeth con una sonrisa de oreja a oreja – Y me incluyo entre ese género, tal vez sea un mal del periodista. Pero a veces me enredo en mi propio teléfono al recibir un mensaje pues no sé si ha llegado por SMS, MSN, Watsapp, Gtalk, Skype Mobile o alguno de los dos servidores de Twitter que tengo instalados en mi Android.

-Tal vez las tecnologías de tercera generación nos están dejando a nosotros de tercera edad – Reflexioné – Tal vez cada día seamos más apáticos hacia nuestro prójimo y más dependientes de este aparato que ya no sólo sirve para llamar y recibir llamadas, sino para organizar nuestro día completo, recibir correo, escuchar música, ver películas, ver la hora, ver la temperatura, recomendar qué camino tomar y recordarme dónde diablos estoy.

De repente el tren se detuvo con tal fuerza que todos caímos al suelo. Hubo una falla eléctrica al parecer. Era miércoles, a las tres de la tarde y sonaron las alarmas de los vagones. Una mujer se levantó de su asiento acariciando violentamente su cabello y diciendo “Soy claustrofóbica”. Los ánimos estaban acelerándose hasta que nacieron las primeras discusiones políticas las cuales fueron expandiéndose y aumentando de volumen hasta convertirse en una letanía de voces rabiosas que enrarecían el poco oxigeno que quedaba en el vagón. A mi lado estaba un hombre de unos treinta años el cual se desvaneció y susurraba “Soy asmático”. Y mientras la multitud gritaba para que abrieran las puertas pues nos quedábamos sin oxigeno miré a Dimitri cuyos ojos por fin estaban observándome y diciendo “Es un apagón a nivel nacional, me acaba de llegar un mensaje de texto”. Entonces la multitud encerrada en ese pedazo de latón entró en pánico, golpearon las puertas entre juramentos, groserías y lágrimas. Y se iba desvaneciendo mi esperanza por una sociedad menos individualista como la que estaba ante mis ojos.

Elizabeth reprimió una carcajada luego de decir incoherencias como “El cepillo se cayó porque es redondo y no cuadrado”. Pero al observar la multitud agitada se le despertaron sus vocaciones de líder y de comunicadora social. Se levantó del asiento con una postura y actitud que haría a Miss Distrito Capital morir de envidia y llamó a la calma con voz autoritaria pero risueña.

-Este hombre está muriendo de asma y esta mujer tiene una fobia ¿Van a empeorar las cosas con sus gritos o van a ayudarlos?

Entonces ante la mirada atónita de Dimitri, Magnolia y la mía la multitud comenzó a calmarse. Entre chistes hacia la incompetencia política, palabras de aliento hacia los afectados e incluso oraciones en diferentes versiones de diversas religiones el vagón regresó a la calma y mis esperanzas por la humanidad volvieron a nacer. Hasta que abrieron las puertas y comenzaron a empujarse y gritarse. Entonces suspiré, miré a mis amigos y lancé una carcajada. Pues la sociedad es imperfecta y las tecnologías no son más que un placebo para hacerla más agradable. Incluso cuando no hay energía para que funcionen.

Tu amigo.

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