domingo, 1 de mayo de 2011

Cap. 18. La visita de Katterina (Parte II)

Mi buen amigo Juan Carlos.

Hace un momento recordé mucho cuando nos conocimos en el borde de aquel precipicio, en la lejana Nottingham, recordé cuando nos despedimos y yo regresaba a la redención, también cuando volviste a Venezuela y la infinita alegría que nos causaste a todos, así como la profunda tristeza que sentí cuando te fuiste nuevamente del país en este bendito aeropuerto que me deprime, a pesar de los esfuerzos del arte de Cruz Diez por elevar mi espíritu. Me encuentro en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, acabo de despedirme de mi hermana y yo estaré rumbo a la gran y caótica Caracas que tanto amo. No ha sido fácil revivir emociones enterradas en el pasado y quedar por un momento vulnerable por la falta de ese escudo que he elaborado por años celosamente.

En la carta anterior te había comentado que Katterina había encontrado a su padre, el infame Gregorio el Gordo y que ésta semana nos enrumbaríamos en la aventura del encuentro con ese ser despreciable que he temido y odiado por mucho tiempo. Mi hermana estaba emocionada pero podía notar que escondía mucho temor. Por años se preguntó si acaso era su culpa que su padre nos abandonara, ella nunca supo que fue nuestra madre quien huyó hacia la ciudad de los ríos turbulentos para huir de aquel psicópata.

Esta vez no estaba preocupado por faltar al trabajo porque casualmente la Semana Santa estaba precedida de otra celebración de la independencia nacional, por lo que tuve toda la semana libre de labores.

-Bendito sea éste país de fiesteros “religiosos” y trabajadores oportunistas – dijo en una ocasión mi prima Elizabeth a orillas del Mar Caribe.

Yo tenía planes de disfrutar la soledad preciosa de Caracas cuando el gran porcentaje de sus ciudadanos están embarcándose a convencionales aventuras que me parecen poco divertidas

-Es que pasar horas atascado en el tráfico para estar hacinado en una playa venezolana junto a otro temporadista quien está orinando en la pequeña parcela de agua en la que te zambulles no es lo mío – Le dije a mis amigos por teléfono con el pijama aún puesto a la una de la tarde.

Pero había olvidado que como una presencia sobrenatural y a la vez una falla atmosférica, mi hermana estaba de visita en la ciudad, así que lo que comenzó en una inocente salida nocturna a tomarnos unas cervezas en Los Chinos de Los Palos Grandes terminó en un amanecer en el yate de la nueva víctima de Katterina: un tal Carlos, hijo de uno de los magnates de la ciudad.

-Debo reconocer que me quito el sombrero ante ti, Katterina – Dijo Magnolia ataviada de un sensual traje de baño rojo el cual hipnotizaba a los presentes – Ni siquiera yo tengo tanto poder sobre los hombres. No sé cómo lo logras.

-Pues tú eres feminista, Magnolia o si no lo eres quieres mantener el control de la situación – Dijo mi hermana – Pero a pesar de que la liberación femenina está muy avanzada y las mujeres tenemos mucho poder ahora, los hombres no pueden resistirse ante una damisela en apuros. A veces conviene ser una chica inocente, es una de las ventajas de nuestra naturaleza femenina.

Dos días después emprenderíamos nuestro viaje hacia Coro, donde se encontraba Gregorio el Gordo. Nos despedimos de Magnolia quien nos prestó su Mini Cooper pues ella no podía acompañarnos, tampoco Dimitri que tenía compromisos familiares lo cual entristeció a Elizabeth.

-Siento mucho no poder ir con ustedes, muchachos pero voy a pasar un fin de semana con Gabriel, ya tengo planeada nuestra noche con una botella de vino, velas, música suave y películas francesas. Será romántico y dulce. – Dijo Magnolia con una sonrisa inocente y a la vez metía un látigo y un disfraz de cuero en su bolso.

El camino estuvo ameno. Arthur estaba al volante, mi hermana y Elizabeth realizaban juegos de palabras, contaban adivinanzas, echaban chistes malos o cantaban a toda voz canciones de las Spice Girls o cualquier cantante penoso de los noventas. Y yo estaba frío como una piedra ¿Cómo fue que llegué a parar a esa situación? ¿En qué mente sensata cabía la posibilidad de reencontrarse con alguien que tanto daño había hecho? Y lo que más me preocupaba era ¿Cuál sería mi reacción al ver a aquel monstruo? ¿Cuál sería su reacción? ¿Acaso nuestras vidas peligraban?

Llegamos a Falcón, a su hermosura, sus edificios y calles antiguos como si todavía estuviera presente el espíritu colonial en cada recoveco. Y su tráfico extraño, pues ya hay una razón para que Arthur diga groserías cuando maneja aparte de los motorizados de Caracas: Los conductores de Coro. Estábamos en el lugar que Katterina nos había dicho, un edificio inmenso que se caía en pedazos tan hermoso y a la vez tan descuidado como un cuadro barroco abandonado a merced de los elementos. Ella sonreía y respiraba profundo.

-Al fin voy a conocerlo – Dijo con ojos aguados – Voy a conocer a mi padre.

Nos atendió una señora arrugada como una pasa quien nos ofreció café y dulce de lechosa. El interior del edificio era lúgubre pero hermosamente decorado con detalles de la época colonial.

-Lo siento mucho mi niña – Dijo la señora observando a mi hermana con ternura - La persona que buscas ya no vive aquí. Lo siento mucho pues él no vivirá mucho ¡Pero por Dios, si tienes sus mismos ojos!

Nos dirigimos al Hospital Universitario de Coro según indicaciones de aquella amable dama que me recordaba mucho a mi abuela. Estábamos frente a la habitación donde él se encontraba pero Katterina dudaba.

-Siempre tuve miedo de él pero nunca le conocí. A veces fantaseaba que él regresaba, nos abrazaba y mi madre dejaría de llorar. Cuando tú te fuiste, Jack, mis deseos de verlo eran mucho más intensos. Cuando huiste yo me quedé sin una figura masculina, era lo que faltaba en mi vida a pesar de que ese sentimiento sea tan criticado por las filosofías feministas que abundan. Ahora estoy rodeada de hombres… Y me siento sola.

-Yo también me siento solo, Katterina, desde el momento en que lo conocí me sentí así – Dije, ella no despegaba su mirada de aquella puerta.

-¿Y qué será de nosotros?

-Destruiremos a ese demonio llamado soledad ahora, abre la puerta.

En la única camilla al fondo de la habitación se encontraba una figura raquítica, mirando al techo agrietado. Al otro lado, junto a la puerta se encontraba una mujer vestida negro con el cabello ébano que miraba fijamente al moribundo. Ya Gregorio no era El Gordo, sino una pobre criatura delgada y anciana envenenada por sus actos cometidos en una vida de falta de escrúpulos. Él nos observó y dijo con voz quebrantada “Yo sé quiénes son ustedes”

-Jack, déjame sola con él – Dijo mi hermana sin despegar sus ojos de aquella camilla, yo lo miré por última vez antes de cerrar la puerta, él me observó y dejó escapar una lágrima y con esa mirada me suplicó perdón. Yo le sonreí haciéndole saber que lo perdonaba y que me perdonaba a mi mismo de tantos prejuicios y culpas.

Esa tarde Arthur insistió en visitar los Médanos de Coro, en parte para despejarnos nuestras mentes de los momentos tensos y también porque no los conocía. Era un paisaje mágico, como si un pedacito del desierto del Sahara estuviera a nuestros pies, la arena eterna y el viento que la engalana dibujando aquellas dunas lisas, incorruptas. Katterina y yo nos abrazamos y mirábamos el atardecer.

-Él me dijo todo, Jack – Susurró ella dejando escapar sus lágrimas en su hermoso rostro – Me confesó todo, yo ni siquiera iba a nacer. Te soy honesta, hubo momentos en mi vida en los que odié a mi madre y te odié a ti con todas mis ganas… Ahora lo entiendo todo.

Y lloramos, profundamente. No de tristeza, ni felicidad. Era un llanto liberador pues estábamos dejando escapar hacia el vacío esos pesares que ya no volverían. Entonces Elizabeth se acercó, posó su mano sobre mi hombro y dijo:

-Vamos a tomarnos unos tragos, eso es lo mejor que debemos hacer. Además Katterina estarás deseosa de conocer la movida fiestera de Coro.

- Ya la conozco ¡Es Horrible! – Dijo ella con una carcajada secándose las lágrimas.

Y mientras mirábamos los Médanos antes de entrar al Mini Cooper y ensuciarlo de infinitas cantidades de arena que salían de lugares insospechados de nuestro cuerpo miré a mi hermana y nos sentimos enormemente felices.

-Es impresionante – Dijo Arthur observando solemne el horizonte – Este país lo tiene todo.

-Excepto políticos honestos - Agregó Elizabeth.

Amigo mío ¡Que tonto soy! Pues estoy llorando a medida que escribo esta carta, por lo que te pido disculpas por el estado en que te llegará. Pero ya siento que extraño a Katterina. Antes de embarcar me dio un beso ruidoso en la mejilla y me dijo.

-Tienes suerte. Con amigos como los que tienes nadie puede sentirse solo. Yo también echo de menos a mis amigos y volveré a las luces de neón, a las fiestas, a los hombres y a mis vestidos de diseñador ¡Te amo Herma!

Katterina prometió visitarte pronto, sé que ya estás meneando la cabeza en este momento como yo lo hice la semana pasada pero te aseguro que pasarás los mejores momentos de tu vida a su lado, siempre y cuando sea por un momentito. Y cuando la veas, dile que la amo.

Tu amigo.