domingo, 22 de mayo de 2011

Capitulo 20. Mitología Urbana sobre el fin del mundo.

Caracas, Domingo 22 de mayo de 2011.

Mi buen amigo Juan Carlos.

Tal vez esta carta no llegue a tus manos. Quizá el servicio postal no encuentre país o planeta donde enviarla. Te escribo desde un mundo post apocalíptico y para ser el día después de mañana puedo asegurarte que se ve justamente igual que anteayer. Ahora fuera de bromas puedo decir que esta semana ha sido bastante pintoresca, pues las mitologías urbanas estaban a flor de piel.

Y todo comenzó aquel lluvioso lunes en una tediosa rutina en la oficina a lo que nosotros los venezolanos llamamos “La hora del burro” que es la que viene justo después de almorzar (no me preguntes por qué le decimos así). En ese momento llegó un interesante mensaje a mi correo electrónico de parte de uno de los clientes más serios de la compañía, decidí abrirlo con un poco de nerviosismo pues su título lo notificaba como “Extremadamente Urgente” y ya había tenido una mañana difícil como para agregar un nuevo factor estresante. Y efectivamente así fue porque el correo electrónico se refería a “Jesucristo viene por nosotros, es hora de la salvación, envía este correo a 30 personas o sufrirás una muerte trágica en los próximos 20 minutos”, luego de mi respectiva carcajada al momento en el que elimino esa clase de mensajes Spam le comenté a mi jefe el jocoso episodio al cual para mi sorpresa me miró con seriedad y dijo.

-¿Pero cómo pudiste borrarlo así? Yo siempre los reenvío, uno nunca sabe.

Semejante frase viniendo de una persona que admiro me dejó perplejo y me pregunté ¿Con la tecnología y las tendencias vanguardistas al alcance de la mano seguimos siendo personas supersticiosas? Y en ese momento comencé a percibir una ola de rumores que se desplazaba por el edificio como una energía maligna, la cual hablaba acerca del magistral aguacero que inundaba la ciudad cuando horas atrás hacía un calor sofocante y el sol brillaba con intensidad. Y no sólo sucedía en la oficina, en la calle escuchaba comentarios dispersos del mismo tema: “El calentamiento global, el mundo se va a acabar” “Este sábado será el juicio final” “Las profecías son ciertas, ya nos llegó la hora” etc.

-Ahora resulta que el fin del mundo tiene hora y fecha – Dije horas más tarde a mis amigos mientras comíamos en Hamburguesas Gourmet del Centro San Ignacio.

-¿Y ahora para cuándo es? – Preguntó Dimitri con expresión aburrida.

-Pues será este sábado a las seis de la tarde, según las profecías de un conocido pastor cristiano. Hay mucha gente nerviosa por el asunto y sinceramente no puedo comprenderlo. Supongo que al ser humano le gusta tener conocimiento de éste tipo de eventos místicos.

-No lo sé, Jack – Dijo Magnolia observando con culpa la inmensa hamburguesa que había rellenado ella misma como si acabara de cometer un pecado mortal de salsas y mostazas – Yo estuve averiguando al respecto y descubrí tiene mucha influencia esa predicción religiosa. Aunque la Wikipedia dice que el mundo acabará en octubre, no en marzo. Y si Wikipedia dice que el mundo acabará en octubre entonces yo no soy quien para refutarlo.

-Pues para mí el mundo terminó el 31 de diciembre de 1999 y no por el Y2K ni la llegada del milenio sino porque después de ese día nació la era del reggaetón y la humanidad se fue por la cañería – Dijo Elizabeth que estaba enredada tratando de armar su hamburguesa.

-Eso no es todo – Dije – Sólo los cristianos de buena fe lograrán salvarse, según palabras de éste predicador. No judíos, no budistas, ni siquiera ateos que han tenido una vida honesta. No sabía que Dios fuera tan discriminador o absolutista. Y si es así entonces yo no me quiero montar en el tren hacia ese cielo.

-Créeme que si el sábado veo rayos, centellas, un vórtice en medio del cielo o seres alados ese día abrazaré la creencia cristiana – Reflexionó Dimitri quien hacía malabares para comer y twittear al mismo tiempo lo que acababa de decir.

Durante la semana tuve la necesidad de entrevistar a varias personas pues quería saber qué tan a pecho se estaban tomando el evento cataclismico y me sorprendió que la respuesta más común fuera un “No sé si se acabe el mundo pero por si acaso me voy a emborrachar el viernes”. Ese factor “Uno nunca sabe” o “De que vuelan, vuelan” es muy característico del venezolano que aún en grandes ciudades como ésta todavía cree en La Llorona o adopta supersticiones de otras culturas como el temor a gatos negros, no cruzar debajo de una escalera o decorar su casa en base al Feng Shui. Incluso he observado a mi jefe leyendo su horóscopo en el periódico al tomar su café matutino. Sólo una persona podía explicarme tal comportamiento, el viernes asistí al tras bastidores de un evento de modelaje en La Castellana en el cual estaría Arthur.

-Dime, amigo ¿Por qué somos tan supersticiosos? – Pregunté. Arthur me observó desde el espejo como si se preguntara lo mismo y dijo.

-Porque somos animales de costumbres, porque las casualidades gobiernan nuestras vidas y porque es divertido. Todos lo hacemos, incluso yo ¿Acaso tú no te has preguntado qué vas a hacer esta noche si en verdad mañana será el día del juicio final?

A veces me sorprendo de la capacidad de Arthur en leer mi mente, pues ya había planificado una noche de tragos en la terraza del Caracas 360º a la cual fuimos luego del evento y la rueda de prensa en la que pudimos observar cómo Arthur se sonrojaba de ira cuando una de las periodistas de una de las tantas revistas de farándula le entregaba una banda que decía en escarcha dorada “El Hombre más bello de Venezuela”.

-Un modelo que odia su belleza – Me susurró Elizabeth a modo de burla – Ahora sí sé que el mundo de va a acabar.

-¿Qué opinas acerca del apocalipsis, Magnolia? – Pregunté un poco ebrio, pues ya había tomado unos cuantos vodkas. Ella me miró con su característica mirada sensual y dijo.

-Cariño, estoy mortificada pues yo tenía agendada mi orgía multitudinaria en la Plaza Altamira para diciembre de 2012 así que voy a tener que improvisar esta noche. Ya sabes cómo me encanta el dicho “A follar que el mundo se va a acabar” y no hay momento mejor indicado para utilizarla que ahora.

Elizabeth nos escuchaba y observaba a Dimitri que estaba entregado en un baile frenético y descompasado a la música electrónica, en la virtud del borracho que se goza sus movimientos como si fuera bailarín profesional. Ella caminó hacia él tomó su cabeza y lo besó, y los labios de ambos estuvieron chispeantes y juntos toda la noche como los amantes que se reencuentran luego de pasados los años. Y cada uno de nosotros olvidó el hecho de que si causado por algún desastre tecnológico, un cataclismo, huracán, terremoto o rayos divinos emanados de una divinidad evangelista ésa sería nuestra última noche. Pero sentimos que no importaba si hubiera o no un después.

Era sábado en la mañana y me despertaron unos pájaros que revoloteaban en la ventana de mi habitación. Si bien no se había acabado el mundo yo sentía que la hecatombe había arrasado con mi cabeza pues la resaca era tan intensa como veinte bombas atómicas enredadas en el cabello. Recibí llamadas de Elizabeth molesta porque Dimitri no se acordaba de nada de lo que hizo la noche anterior. De Magnolia satisfecha por su noche salvaje y sexual. Y de Arthur preguntándome cual es el nombre de las pastillas para el dolor de cabeza que utilizo para contrarrestar mi migraña. Y mientras tomaba mi café observé desde mi ventana el magistral Cerro El Ávila, sin nubes ni incendios, de un verde intenso. Y no pude estar más contento de que todavía existiera mundo por el que quejarse o del cual enamorarse. ¿Y tu no?

Tu amigo.

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