miércoles, 9 de diciembre de 2009

Cap. 11: La Huida. Nottingham.

La noche en que el Adonis regresó a casa descaradamente, esa noche en la cual Natalie se rindió a la pasión que creía extinta en su vida, Jack D’ Nottingham huyó. Se refugió en un local de mala muerte y se las arregló para llamar a su padre robando una llamada de larga distancia. Al día siguiente Iván llegó a Ensomhet, enfrentó dulcemente a la que en otro momento de su vida fue su amada, pero que ahora era una mujer desgastada. Recogió el equipaje de su hijo y juntos huyeron hacia la lejana Nottingham.

Iván observó impaciente a su hijo.

-¿Te sientes mejor?

Jack no contestaba. Había muchas cosas en su mente después de haber huido de aquella terrible ciudad. No sabía si había hecho lo correcto o si fue una de esas impulsivas decisiones de la adolescencia. Lo cierto es que se hallaba en Nottingham, junto a su padre.

-Aquí tu madre y yo te hicimos, en aquellos años en los cuales uno no piensa que las acciones tienen consecuencias y los sentimientos pueden más que la razón.

-Pues yo no soy así papa- Jack se había convertido en un joven amargado, con poca chispa.

-Tú has vivido más que tu madre a tu edad, yo tuve que trabajar desde pequeño, así que no me he detenido a ver el mundo – luego continuó con picardía- O por lo menos no he tenido tiempo para hacerlo, cuando no estaba trabajando estaba debajo de una falda.- Y rompió en carcajadas.

La ciudad era mágica en todos sus sentidos y Jack se sentía cercano a la felicidad. En la lejana Nottingham con sus bosques amables, llenos de recuerdos de épocas infinitas. Los ferrocarriles andando como antaño y gente amable. Y a pesar de compartir el mismo frío y lluvia que había en Ensomhet, acá se hacía más tolerable. Sin embargo, el escudo emocional de Jack se iba incrementando cada vez más y el optimismo de su padre no lograba apaciguarlo. Mucho tiempo estuvo solo, observando las calles de la ciudad mientras Iván estaba de viaje de negocios. Entonces regresaba el recuerdo de Ángela y la promesa, y en uno de esos días nublados corrió hacia la azotea con la adrenalina revoloteando por todo el cuerpo, miró con lágrimas recorriendo una sonrisa esperanzada al cielo y susurró “Te amo Ángela”, se asomó en una de las cornisas con un vértigo mortal, estuvo cinco minutos en esa posición hasta retroceder, respirando agitadamente. Entonces se oyó una voz, había un hombre detrás de él.

-Sí, la idea de terminar con todo el sufrimiento es muy tentadora. Pero a la vez es injusta, a menos que estés destinado a terminar con esto ahora, lo cual dudo. Porque entonces ¿Para qué se te dio un gran intelecto si vas a desperdiciarlo de esta forma desparramando tus sesos en el asfalto? Entonces sería una pérdida de tiempo dada la cantidad de seres humanos que hay en el mundo, darle un don a alguien que lo va a destruir.

-¿De quién hablas?- Inquirió Jack- ¿Acaso hablas de Dios?

-No lo sé, no puedo saberlo - miró pensativo apoyándose en la cornisa que yo acababa de abandonar- Lo cierto es que alguien o algo tiene ser el origen para explicar la existencia misma ¿Sabes lo interesante que es eso?

-¿Y como sabes que tengo un don?

- Soy tu vecino y te conozco, aunque no recuerdes – Lo dijo mientras mi expresión de desconfianza cambiaba a una sonrisa llena de vergüenza.

- Te recuerdo porque mi padre habla muy bien de ti.

- Mi nombre es Juan Carlos.

Juan Carlos también había huido a Nottingham hace mucho tiempo, escapó de Cuba cuando pudo mientras en el camino iba perdiendo poco a poco a las personas más importantes de su vida, para deleite de los tiburones. Hizo su fortuna poco a poco en esa ciudad, que se le hacía pequeña y llena de malos recuerdos. Su esposa murió de cáncer hacía dos años (el mismo tiempo en el que Ángela había muerto) y Jack D’ Nottingham encontró en aquel hombre el refugio que sólo puede brindar un mejor amigo.

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