viernes, 13 de noviembre de 2009

Cap. 6: La Graduación.

Mi buen amigo Juan Carlos:

Sabes que no soy un hombre religioso, pero encuentro adecuado el salmo 20; 07 para esta ocasión “Ahora sé que el Señor ha dado la victoria a su Ungido, lo ha hecho triunfar desde su santo cielo con las proezas de su mano salvadora” Pero esta victoria no es el fin, sino el comienzo incierto de una vida, he vuelto a nacer en las entrañas del Niflheim pues ¡Pueda la corriente de la historia jamás cesar de fluir!


Juan, muchas gracias por estar presente en espíritu ese día aunque, como me lo exigías, te contaré todo con lujo de detalles. El lunes volví a madrugar a las cuatro de la madrugada como ya era costumbre en mi etapa académica, ya conoces que la universidad está a una distancia generosa del lugar donde vivo ahora. Ese día se celebró la ceremonia formal de la Firma del Acta de Grado, llevaba mi traje negro, ese que tú casi manchas de mostaza cuando nos graduamos de bachilleres en la calurosa cancha del “Santo Antro”, una camisa blanca y corbata negra, bastante clásico si me permites la acotación. Estuve tan feliz de entrar en mi alma mater, esta vez sin una preocupación sobre mis hombros, pues lo había logrado, vencí los obstáculos que impedían llegar esa etapa. Recorrí las aulas en las que había vivido tantas aventuras y lo recordé vívidamente: Las peleas con el terrible profesor de Derecho Ecológico quien corregía al azar y siempre daba respuestas incorrectas; las vivezas del Profesor de Derecho Laboral, que aprobaba a quien le caía bien; La menopausia creciente de la profesora de Derecho Mercantil que nos afectaba a todos; las clases prácticas del profesor de Criminalística; la naturaleza estricta del profesor de Derecho Procesal Penal III; la camaradería y amor de la profesora de Derecho Tributario; la falta de pudor de la profesora de Medicina legal y las brillantes clases llenas de filosofía de Derecho Constitucional con la mejor profesora de toda la carrera “MARISOL AGUILARTE” quien una vez nos dijo: “Lo que les estamos enseñando nosotros… es mentira, la calle es distinta a la teoría pero nuestras integridades son verdaderas ¡No podemos perderlas!”;Recordé a la profesora de Filosofía del derecho, con su indumentaria extravagante y personalidad frágil; al profesor de Derecho Civil que se le quebraba la voz cuando daba las clases; a la profesora de Derecho administrativo quien exhibía sus escotes con orgullo modelando un cuerpo espectacular; a la profesora de Derecho penal que estaba ¡¡Loca!! Al Profesor de Derecho Procesal Civil IV quien dijo una vez: "Yo no he cobrado un juicio que pierdo, y yo no he perdido ningún juicio..."; Recordé al viejo y senil profesor de Lógica Jurídica diciéndonos: “La vida es un laberinto enredado, con trampas y vueltas atrás y ustedes son las ratas que lo cruzan…algunas llegarán a la meta, otras morirán en el intento, unas desistirán y regresarán al punto de partida, pero la mayoría pasará el resto de su vida recorriéndolo sin saber adónde ir”. Y mientras me paseaba por los pasillos lo supe, elegí un camino cruel y ahora es que comenzaré a cruzarlo, pero ya tú sabes, mi buen amigo, que no tengo miedo.

El martes busqué a mi madre en la estación de Buses Peli Express, al lado del Parque del Este, ella hablaba animadamente de lo agresiva que estaba convirtiéndose la campaña electoral en todas partes mientras, extrañado observé a mis tres musas despidiéndose de mí con un ademán en ambas manos y sonrisas reconfortantes, no es la primera vez que me abandonan y siempre regresan más radiantes como si hubieran estado de viaje en un spa celestial. Nada más llegar a casa, dejar las maletas y estaba a punto de volver a salir cuando Sita, una de las gatas de mi tía me lanzaba esa mirada suplicante de la semana pasada y me dijo “Ten mucho cuidado Jack, no te alejes del sonido esta noche pues mañana será tu día” Consternado salí rumbo a la estación terminal La Bandera a buscar a mi hermana, no puedo explicar por qué pero al cruzar esas calles oscuras repletas de alimañas y sombras macabras tuve una sensación de insufrible pesar, como si me agobiara la niebla que comenzaba a agolparse en las esquinas y entraba lentamente en el decadente edificio del que entraban y salían buses de todos los colores. Envié un mensaje de texto a mi hermana pero ella me aseguraba que faltarían dos horas para que ella llegara, en mi mente rumiaba las palabras de Sita “No te alejes del sonido” pero no entendí su significado, cada vez me estaba quedando más solo, el terminal se vaciaba y comenzaba a observar sombras de sujetos mirándome fijamente con recelo morboso. Me dieron ganas de llorar pues en ese momento sentía el miedo inherente al ser humano, a la oscuridad, a lo desconocido, a la soledad y al silencio perenne. Y en ese momento lo sentí, detrás de mí se acercaba una niebla pero de un color más oscuro, como de humo despedido por los tubos de escape, pero en medio de esa angustia paranoica escuché un alboroto, una multitud gritaba desesperada a lo lejos, levanté la cabeza pensando “¿Un motín, un saqueo?” Sin embargo, al doblar la esquina de unas tiendas cerradas encontré a un grupo numeroso que gritaba acaloradamente a un televisor incrustado en la pared, emocionados viéndose con preocupación y alegría a la vez. “¡Cayó Chávez!” Fue lo primero que pensé “Hay revueltas en el país, un golpe de Estado, se cayó un avión, sucede algo en las noticias…” Pero cuando me acerqué más a los gritos se me dibujó una sonrisa en la comisura de los labios: Era un CARACAS-MAGALLANES y la gente estaba eufórica por sus equipos al igual que en muchos lugares del país en ese momento, allí estuve hasta que llegó mi hermana con su larga cabellera negra azabache y su mirada penetrante.

Al otro día madrugué igualmente, el camino hacia la universidad se me hacía largo pues esta vez tenía una sensación en el abdomen, no era miedo pues no tenía ningún riesgo que correr, pero estaba sumamente emocionado, pues ese sería el primer día de mi vida. Mi madre lloraba repetidamente a intervalos ya cronometrados y mis hermanos estaban orgullosos, nada más colocarme la toga, el birrete con su borla roja y la bufanda carmín con letras doradas que decían Abogado. Pude observar con nostalgia a los estudiantes que recorrían el pasillo a toda velocidad para no perder la clase, o estudiando en sus guías a última hora, o hablando por celular a ver si el profesor iba a venir hoy. “Yo estuve allí” Me decía “Yo eximí materias, raspé otras, llevé a reparar unas cuantas y unas pocas de arrastre… Me retiré porque mi anemia no me permitía estudiar, abandoné para irme del país y pensé que dejaría inconclusa esa etapa de mi vida, me estafaron, trataron de robarme, trataron de encerrarme pero logré superarme, lo logré”. En ese momento entraba en el Gran Auditorio ya casi afónico por los gritos de euforia, mi decidido “LO JURO” como respuesta formal en nuestra petición de grado, y pendiente de no caerme porque pisaba la toga a cada momento. Cuando dijeron mi nombre claramente el tiempo y el espacio se detuvieron, se unieron y estallaron cual Big-Bang, mi paso era lento pero pasaron tantas cosas por mi mente a la velocidad de la luz, toda la vida, los logros, las decepciones y luego, esta etapa única de la cual me estaba despidiendo ahora, hice mi reverencia ante las autoridades académicas pero luego observé detrás al Arcángel Gabriel, otra vez acompañándome y diciéndome “Este es tu alfa y tu omega, ahora ¡Comienza a vivir!”. Tenía que vivirlo, debía saber lo que se sentía tener un final y un comienzo feliz.


Tu amigo.












P.S. ¡Ahora debo encontrar empleo!

P.S.S. ¡Ah amigo mi celebración por la graduación no se vio afectada por la tormenta que cayó esa tarde! Llegamos a Chacaíto en metro, sorprendidos porque mi madre se mareaba en él como si estuviera en un barco en medio de una marejada, corrimos hacia el bus y en las mercedes todos nos refugiamos en mi toga cual capa mágica y emprendimos una carrera desorganizada hacia cuatro cuadras más abajo, pero llegamos a La Castañuela, empapados y hambrientos, pero felices.

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