viernes, 30 de octubre de 2009

Cap. 5: Niflheim, el mundo de Hel.


Mi buen amigo Juan Carlos:
¿Recuerdas ese pasaje literario que era el favorito de tu antigua novia Teresa? Nunca llegué a entender sus gustos extraños para mí, pero ya no. Pues algunas cosas que hasta ahora fueron para mí confusas, se van ya aclarando. Por ejemplo, nunca había entendido bien lo que pretendió decir Shakespeare cuando le hizo exclamar a Hamlet:

“¡Mis Tablillas! ¡Mis Tablillas!
Éste es el instante de escribir en ellas…”

Ahora que tengo la impresión de que mi cerebro está llenándose de infinitos estímulos o de que la cordura llega a los límites de la paciencia, yo también me refugio en estas cartas, amigo. Pues ya sé donde me encuentro.

¡Que cruel jugarreta del destino al obligarme a salir aquella noche! A pesar de las advertencias de Sita, una de las gatas de mi tía. “No lo hagas Jack” me decía pero yo no presté atención pues deseaba escapar un instante del ambiente tenso que se respiraba en el hogar donde es comodidad la pelea y del desagrado del silencio. Fui al supermercado ubicado en Capuchinos, decepcionado por tener un carrito de compras vacío porque el dinero ya no alcanza para grandes mercados. Al salir noté todo más oscuro que de costumbre, la soledad en las calles, la desidia, el temor de ser víctima. Escuché disparos lejanos, una sirena de ambulancia que se acercaba y allí al frente estaba él, con ropajes ajados, gorra de camionero, suciedad en el cuerpo y sonrisa deforme. “¿Qué tienes ahí chamo?” me preguntó, sólo poseía las bolsas de mercado y un poco de dinero en los bolsillos. “¡Dame eso!” Gritó señalando las bolsas y pude ver que desenfundaba de uno de sus bolsillos un revólver. “No tengo nada más” le dije con voz entrecortada entregándole las bolsas y el dinero, “Pírate de aquí” recibí como respuesta me di la vuelta y sentí el golpe del frío acero en mi espalda, corrí escuchando su risa macabra, pensando en que en cualquier momento podía dispararme, en lo que había perdido, en la impotencia que sentía al ser atacado y que no se haga justicia, en mi pobre prima María quien se moría de la migraña en casa ¿Ahora quién le llevaría el medicamento? Al llegar al apartamento pude observar la negra figura de Sita observándome inmóvil, y me sentí más indignado cuando mi tía me exigía que le mostrara mi espalda y contestando con voz incrédula “No tiene ningún morado, si te hubieran golpeado tendrías uno”. En ese momento me acosté con las lágrimas deformando mi rostro, pues comprendí donde estaba. Pues Juan Carlos, me encuentro en el Niflheim, el mundo de la niebla, reino del frío y de las tinieblas. Donde reina la diosa Hel; el palacio se llama Angustia; la mesa, Hambre; los sirvientes, Lentitud y Retraso; el umbral, Precipicio; y la cama, Preocupación. Estoy atrapado en este mundo donde no puedes escapar, solamente con la gracia y providencia divina.
Esa noche me visitó el Arcángel Gabriel, desde su primera aparición lo hacía todas las noches en las que me llenaba de consejos que utilizaría en el futuro. “Sé como el trigo, Jack, sé flexible ante los arrebatos del viento. Las plantas de tallo duro simplemente se resquebrajan pero tú no puedes hacerlo”.

Al día siguiente debía olvidar los malos eventos anteriores pues debía continuar con mi rutina ajetreada de la gran ciudad. Entré en una lonchería muy casera a desayunar cuando escuché a estos dos señores de edad avanzada discutir amenamente “¡Qué emoción! Ha ganado Obama, el primer presidente negro de ese país. Las cosas están cambiando pero no sé si será para mejor” El otro señor quien observaba pensativo las ondas de vapor que emanaban de su café le respondió “Cualquier cosa puede ser mejor que la nuestra, éste presidente lo que ha cambiado y para peor es que ahora todos son nuestros enemigos, todos deben ser repudiados, debemos desconfiar de todos los que no son nuestros” y una señora que evidentemente estaba molesta les respondió desde otra mesa “Presidente negro o no, demócrata o republicano ¡Es un imperialista! Es el enemigo”. Los dos señores intercambiaron miradas de complicidad y siguieron hablando como si no hubieran escuchado a la señora “Si no existe una policía mundial ¿Quien nos protegerá de nosotros mismos?”. Me retiré divertido con los gritos acalorados que lanzaba la señora con dificultad y al hombre que miraba concentrado su taza de café. “Pero es que ellos no saben que estamos en el Niflheim, disfrazado de propaganda política”.

Estaba en Parque Carabobo, saliendo de la estación del metro a toda velocidad aún pensando en la situación del la lonchería pero preocupado por la gran cantidad de diligencias por hacer, cuando recibí la llamada de mi gran amigo Arturo diciéndome “Amigo, te tienes que ir urgente a Las Mercedes, te conseguí una entrevista de trabajo”. Pero yo no tenía la indumentaria adecuada, una franela beige, blue jeans, y casualmente con mis zapatos incómodos de vestir. Estaba lejos de casa y para colmo, comenzó a caer la torrencial lluvia mientras corría a un centro de comunicaciones a imprimir mi currículo. La cortina de agua no disminuía, podía observar a mis musas bailando alegremente en la plaza contigua hasta que las perdí de vista por la espesura del ‘palo de agua’. “Es tarde” pensé, y traté de correr y resguardarme dentro de la estación pero las calles se habían transformado en ríos caudalosos con corrientes mortales y cataratas al final. Amigo, a duras penas logré llegar a la entrevista, empapado, chorreante y con mis apretados zapatos de vestir llenos de agua. Pero la encargada estaba contenta de verme. Era una tienda pequeña llena de galones de pinturas, selladores, brochas y rodillos de pintar, ella me explicó las condiciones alegremente mientras mis musas correteaban traviesas interesadas más en las muestras multicolores que en las palabras de la muchacha. “Te pagaremos sueldo mínimo, el horario es de nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, pero debes estar encargado de la tienda, preparar las pinturas, facturar, estar pendiente que no roben, llevarle las pinturas a los automóviles de los clientes, darle un beso en la frente, una palmadita en la espalda, sentarlos en el carro, limpiar la tienda y los baños cada semana y trabajarás los sábados y domingos también… ¡Ah! Y sólo por la temporada navideña…”.

Después de darme el lujo de rechazar abiertamente esa propuesta de empleo, proseguí con mis diligencias en la semana. Pero sucedieron otras cosas, Juan, en las que mi arrogancia volvió a despertar de su sueño profundo y me sentí deprimido por no haber logrado mucho a estas alturas. Pues este mundo no me permite ver más allá de la niebla y la confusión. Y fue ese fatídico día en el que estuve horas esperando a mi mejor amiga y luego de ser plantado observé aterrorizado el lugar desde el cual escuché un fuerte frenazo. Era una de mis musas, ensangrentada, atropellada por un carro que se estrelló contra un poste de iluminación. Estaba tumbada en el suelo, muerta ¿Pero cómo pueden morir los seres etéreos, cómo debía sentirme, por qué murió, fue por mi culpa? No sabía si gritar o pedir clemencia por alguien que no existía, solo podía llorar en silencio mirando al vacío, pero allí estaba ella. Subiendo a los palacios celestiales, esperándome pacientemente con una sonrisa incorrupta mientras yo me siento estancado en el Niflheim, en la niebla, en la tardanza, en la preocupación…

Tu amigo

1 comentario:

Ludwig Laborda dijo...

Que trágico!!! Btw, me gusta el uso que haces de la mitología nórdica.