lunes, 30 de noviembre de 2009

Cap. 9: Ensomhet, la Ciudad de los Lagos Muertos.



-¿Cómo llegamos aquí?- Preguntó Jack a su madre.

-Volamos- Respondió Natalie.

-¿Cómo no me di cuenta de que volábamos?

-Tú dormías.

-¿Pero cuantas horas he dormido?

-Muchas-

Jack recordó amargamente la promesa que le hizo a Ángela, su amada. Ahora quería regresar a su antiguo hogar, deseaba estar con ella antes que muriera.

-¿Qué tan lejos estamos, mama?- Preguntó y se le hizo un nudo en la garganta, Natalie hizo una pausa, miraba al vacío con una preocupación que no podía disimular del todo.

-Lejos, muy lejos hijo.

Natalie estaba embarazada, lo descubrió una noche después de comprar la nueva casa y de darse cuenta que el Adonis griego por quien cambió su vida de privilegios de la clase media a una vida incierta en esa ciudad desconocida, no era más que un fraude del cual las mujeres que ya se están haciendo mayores son frecuentes víctimas. Ese día él se fue para no volver y esa noche ella observaba su prueba tornándose rosada. Trató de llamarlo pero él no contestaba.

La ciudad se llamaba Ensomhet y Jack D’ Nottingham recordaría siempre que “Esa maldita ciudad era más fría que el invierno más cruel y no paraba de llover, nevaba desde octubre hasta febrero, los bosques pareciera que te observaran y los lagos tenían voces propias, de hombres ancianos llenos de odio. Lo peor de todo es que esa ciudad estaba muerta, la gente vivía en una melancolía perenne y nada interesante pasaba, lo que más se extraña es el calor del sol, o su sola imagen”.

Jack tenía trece años cuando hizo una llamada de larga distancia para recibir la noticia con interferencias telefónicas “Lo siento chico, Ángela ha muerto hace dos meses. Ella preguntó por ti, dijo que en el cielo ella también leería contigo”. Devastado, caminó por el borde de uno de los lagos que susurraba el nombre de su amada.

Natalie observaba cómo su hijo se alejaba de ella cada día, estaba creciendo, sería causado por las hormonas, la adolescencia. Pero es muy doloroso que un hijo ya no le demuestre cariño a su madre, y mucho más ahora cuando ella se sentía atrapada en el umbral de un hogar diminuto, lejos de su familia, de las personas que la amaban. Pero Jack D´ Nottingham desde ese momento odió a su madre. La odió por haberlo alejado de Ángela antes que ella muriera, la odió por su falta de juicio, por dejar que sus sentimientos actúen por encima de la razón y por condenar a sus hijos a la infelicidad que ella se buscaba sin querer.

Y fue en esa ciudad lluviosa en la cual los pesares aumentaron, la economía se quebró en el hogar y a pesar de tener un recién nacido, Natalie se las arregló para que sus hijos no murieran de hambre. Tantas fueron sus penas que se convirtió en una mujer frágil, hipocondríaca y de fácil llanto. Había conocido la decepción de la vida, ya no se convertiría en una actriz de Hollywood, no se casaría con un millonario que la mantenga, no conocería París, iría a restaurantes, bailaría y se codearía con personas interesantes. Ahora estaba esa lluvia que no la dejaba avanzar un centímetro, y la niebla de las noches frías. Y dos hijos que crecían rápidamente y la miraban con desconfianza. Y un hijo recién nacido que absorbía toda su poca energía. Y esa casa inmensa que se derrumbaba en pedazos llevándose todas sus ilusiones de niña mimada.

Entonces desde uno de los lagos llegó un barco y estaba el Adonis griego en él, estaba de visita en la ciudad y no dudó en alojarse con Natalie. Ella era una mujer sola y las demostraciones de cariño eran su elixir así que se rindió a una noche de pasión junto a ese hombre escultural sin prestar atención al hecho de que sus hijos estaban despiertos a la medianoche sintiendo rencor por las cosas que sucedieron y que sucederían.

Esa noche Jack D’ Nottingham huyó, llamó a su padre desde un local de mala muerte y se refugió en uno de los bosques hasta que Iván llegó a la triste ciudad y volaron juntos dejando a Natalie al borde de la desesperación.

1 comentario:

Ludwig Laborda dijo...

Excelente chamo, sencillamente excelente.