viernes, 23 de octubre de 2009

Cap. 4: El Viaje de Virginia.

Mi buen amigo Juan Carlos:

Perdona, ante todo, mi falta de camaradería al olvidar tu cumpleaños, aunque ya tú sabes perfectamente la explicación: Mi memoria está hecha añicos. Ya conoces que es el peor de mis defectos.


Anhelo estar a tu lado, sentados al borde del frío mar del norte, para charlar como siempre y tener nuestras discusiones pseudo-filosóficas (¡Cómo odio ese prefijo!).


Sí, aún sigo en la búsqueda incansable de empleo pero ya se me acabaron las ideas, dicen que espere a que culmine la etapa electoral para retomar las actividades pero el tiempo apremia, mi buen amigo. Aunque a principios de semana recibí una llamada que me relajaría la misma, y es que esta mujer resuelta de buena vibra me decía
“Tranquilo, ya recibí tu currículo y voy a enviar carta de recomendación a mis amigas empresarias” Aún me pregunto: ¿eso fue un sí o un no?


Confieso que te recordé mucho en el transcurso de la semana, sobre todo el miércoles. Ese día debía escoltar a mi tía Virginia al Aeropuerto Internacional de Maiquetía, esta vez ella viajaría a la maravillosa París que tú debes conocer como la palma de tu mano. Abordamos el taxi en las ruinas decadentes del antes impresionante Parque Central y nos encaminamos a La Guaira evitando el tráfico del mediodía. Mientras salíamos de Catia pude observar el panorama de las montañas, invadidas por esas casas coloridas, imaginé un cuadro impresionista, aquellas historias de Tolkien en las cuales describía las viviendas de los Hobbits. Me pareció tan interesante observar con otros ojos aquel paisaje hasta que comprendí que aquellos caseríos y barrios eran el infierno mismo, brotando desde las montañas cual hiedra venenosa con flores rojas llenas de sangre. Permanecimos en silencio hasta que llegamos al primer túnel Boquerón, entonces Virginia me dijo: “¿Sabías que mi madre era bruja?”, no contesté. La miré con asombro mientras ella continuaba su relato de la manera más natural, como si estuviera hablando de ropa y zapatos “Ella veía cosas que nadie ve, podía presagiar el futuro pero rara vez lo revelaba. Un día yo estaba jugando en el porche de la casa cuando ella, desde su mecedora me miró amablemente y dijo con voz dulzona ‘Tú viajarás mucho durante tu vida, conocerás el mundo… pero nunca formarás una familia’ ¿Verdad que es extraño?”“Fíjate que sí conozco mundo: me enamoré de un catire en Madrid, tuve una aventura en Moscú, me escapé con un cantante en México, bailé tango con un morenazo en Buenos Aires, lloré al despedirme de ese poeta en Viena, me volví dominatriz en Ámsterdam y casi me muero rescatando a ese salvavidas en Sídney… y tú conoces todas mis historias de amor y desamor ¿Pero acaso has escuchado que algún hombre me proponga matrimonio?”. Pensé inmediatamente en mi abuela, en cómo me llenaba de privilegios, cómo me consentía y tenía prioridades conmigo, a pesar de que ella era una mujer de mano dura y cruel con quien se le opusiera. Mi mirada se perdía en el vacío recordando a esa mujer desgastada por la diabetes y el cáncer llamándome como siempre lo hacía: “Mi Rey”.


“¡Ah! Ya llegamos”. Virginia pagó ochenta bolívares fuertes al taxista y continuamos nuestra trayectoria por el aeropuerto cuyo ambiente de arte cinético a mí me parecía hermoso y felicitaba a Cruz Diez en pensamiento pero Virginia me contestaba “No has visto mundo, Jack, los demás son mucho más hermosos que éste”. Me llenaron de nostalgia sus palabras porque tenía razón, no conozco mundo, por lo menos no lo suficiente como el que debería y mis recuerdos de parajes remotos en el mapamundi se remontan a la niñez que quisiera olvidar. Se despertó en mí una necesidad que había encerrado en mazmorras interiores de mi psiquis, debo salir de este país. Y así seguí sintiéndome hasta ver su avión despegar, con mi rostro inexpresivo sondeando la oscuridad y una presión en el pecho, rogando por no marchitarme en un lugar que augura mediocridad.

Juan Carlos, en aquella oportunidad no pude entenderte cuando abandonaste Venezuela y te enrumbaste a una vida incierta. Pero ahora te comprendo a la perfección, se trata de evolución, de no tener miedos, de visualizarse y hacer lo que uno desea. Lo demás es excusa, lo demás es flojera, o ese convencionalismo que no me atrae. Y ahora más que nunca acierto ese lema que usaba desde hace algunos años “Mientras los sueños no tengan fin el camino será ilimitado; sólo lo bloquea el miedo”. Pues aún me falta mucho por recorrer, tengo a mis musas, tengo a mi arcángel, tengo a mi locura y tengo a mis consejeros, pero no tengo miedo.


Tu Amigo