viernes, 16 de octubre de 2009

Cap. 3: El Arcángel.

Mi buen amigo Juan Carlos:
Recuerdo el cuento que me habías relatado en una de tus cartas, cuando te fuiste del país “…erase una vez un ratón que debía regresar a su casa, pero estaba temeroso del gato de la cuadra y siempre tomaba las mayores previsiones para no ser atrapado. Aquella noche el ratón se dirigía por el medio de la calle, sólo oyó el ladrido de un perro, no vio a ningún gato así que continuó su marcha con despreocupación. Al llegar a la puerta de su casa lo sorprendió el gato con un ataque feroz. “¡Pero yo no te escuché!” Decía el ratón “¿Cómo fue que apareciste de la nada si lo que oía era un ladrido?”, pero el gato le respondió “Ese fui yo grandísimo tonto”. El ratón estaba confundido “Los gatos no ladran, maúllan” pero el gato dijo airoso “Es que en este país tienes que hablar dos idiomas para lograr el éxito…”.


También recuerdo aún aquel momento en que observábamos el atardecer y discutíamos sobre la creencia en el destino. Tú lo mencionabas como ese misterioso avatar lleno de caprichos pero a la vez sabio que controlaba nuestras existencias, yo más bien lo consideraba como una invención del hombre, así como la reencarnación o las distintas religiones. “Nosotros construimos nuestras propias vidas y nuestro porvenir” eso decía. Pero ahora pienso que probablemente tengas razón.


Me levanté a comienzo de semana de la manera más rutinaria para un desempleado que quiere trabajar, seguí enviando resúmenes curriculares a lugares donde no me necesitaban, ya mis acciones eran realizadas de manera automática pero en un momento me aislé por completo de la realidad, mis cuatro musas volvieron a abrazarme al detenerme para contemplar tanta belleza en un lugar por el que había transitado tantas veces, pues estaba en el Capitolio y su cúpula dorada. No presté atención a la mujer morena que gritaba a todo gañote tratando de comprar oro, dólares, euros o cupos en CADIVI; tampoco al grupo de niños con boinas rojas que caminaba en filas agitados por el severo látigo que azotaba una señora de larga cabellera mitad negra, mitad blanca. Solo observaba absorto la arquitectura y mi mirada se deslizaba hacia la Plaza Bolívar llenas de toldos rojos pero limpia, el palacio municipal brillante como el oro, y luego la catedral y la Biblioteca Nacional. Ya sabes que no soy muy religioso, tal vez haya surgido en mí una necesidad de ayuda o simplemente quería contemplar las obras de arte allí adentro. Me senté de frente al altar, observando sus detalles y aquellas imágenes que me sonreían y miraban con piedad como dándome la bienvenida a ese sacrosanto lugar. No recé, no pedí por nada, sólo sentí la paz interior por un momento y me dispuse a abandonar el lugar. Pero al levantarme una voz autoritaria me detuvo, entonces lo vi, era el Arcángel Gabriel con sus alas desplegadas y una luz brillante que me impedía ver su rostro, se acercaba a mi lentamente desde el altar.


-¿Por qué te reservas tu futuro Jack?- me preguntó, yo no sabía que contestarle.

-¿Acaso he muerto?- indagué.

-No estás muerto, pero temes marchitarte y morir en la mediocridad. ¿Por qué te reservas tu futuro si tu destino ordena que seas grande?

-¿Mi destino?

-Yo te voy a ayudar, yo sé lo que estas sufriendo. Te sientes prisionero, impotente en un hogar que no es tuyo. Se te acaban las ideas, no encuentras que más hacer y crees que te esfuerzas al máximo pero no es así. Tú eres diferente Jack, posees el don de pasearte entre dos mundos y percibir las cosas de manera diferente. Estás destinado a algo grande pero aún no te das cuenta de tu potencial.

Su voz era dulce como el hidromiel del que tanto hablaban mis musas en los delirios líricos. Mientras hablaba yo observaba a los demás quienes estaban muy encerrados en sus plegarias como para mirar lo que yo hacía. Caminé rápidamente pensando que debía ser un efecto del hambre atroz que tenía, pero el arcángel me siguió hasta los tenebrosos pasillos del metro en los que había corrientes embravecidas de personas andando a velocidad de caballos.
-¿Si mi destino es la grandeza, entonces por qué estoy encerrado en esta encrucijada?- inquirí con un susurro, Él sonrió.

Dirás que al fin he abrazado la locura, amigo mío, pero desde entonces me sentí más sereno al tener una compañía distinta a mis amadas musas. Alguien o algo que me obligaba a acercarme a la realidad, enfrentarme a mis temores y trabajar por la excelencia. Pero de poco servían los consejos, pues en este país existen muchas máximas:
• “No título + No experiencia = No trabajo”
• “NO título + Sí experiencia = No trabajo”
• “Sí título + No experiencia = No trabajo”
• “Sí título + Sí experiencia = No trabajo”
• “Y si firmaste para aprobar el referendo revocatorio = Es mejor abandonar el país”.

Ya observaba yo cuando era niño a los adultos quejándose de todo y siempre critiqué ese detalle. Pero ahora que entro a la adultez puedo entender la impotencia que sentimos los menos privilegiados, al poseer la materia prima pero que el premio lo ganen personas poco merecedoras. Luego vienen los apagones, las crisis en las telecomunicaciones, las calles rotas y la retórica política de ambos bandos enemistados sin uno tener la culpa de ello.


En eso pensé mientras caminaba por el centro de la ciudad de nuevo a la fiscalía a buscar más consejos de Lucy, el país estaba conmocionado por el satélite venezolano que aún no terminaba de despegar. La cobertura fue nacional, había lágrimas en los ojos de ancianas que gritaban “¡Que viva Chávez!” y me desplomé en la acera con una debilidad mortal. “Sí, estoy muriendo” Desperté en un ambulatorio atendido por cubanos que me decían “Se te bajó la tensión, acá no hay alcohol, no hay gasa”.


Al siguiente día debía ir a la universidad a mi cita de revisión de expediente. Volver a pisar mi alma mater me llenó de nostalgia, tantas cosas por las que luché para terminar mis estudios en Caracas y lo había logrado. Pero la sensación de felicidad se convirtió en angustia al descubrir la estafa que le habían hecho a varios de mis compañeros y lo peor. “Señor, no le cargaron las notas, para esta universidad usted no existe”. Luego de muchas horas de lucha verbal, amenazas con introducir una acción de amparo constitucional, cartas a decanato y llanto, logré llegar a un acuerdo con los representantes de tan prodigiosa casa de estafas. Mi cuerpo estaba envenenado, tomé el metro y fui a caminar a mi lugar favorito: La Universidad Central de Venezuela. No te puedo decir cuánto tiempo estuve en ese estado, pensaba en todos los obstáculos a los que esquivaba con dificultad pero que no encontraba paz hasta tanto tener estabilidad. De repente una imagen me sacó del estupor, estaba en los jardines de la Facultad de Ciencias cuando escuché un lejano ladrido pero el perro estaba a un metro de distancia, un magnífico ejemplar negro, estaba concentrado en el bosque de bambúes que tenía al frente y no dejaba de mirar fijamente hacia arriba. “¿Qué estas observando?” le pregunté en tono juguetón, sólo se limitó a mirarme y luego mirar hacia arriba de nuevo. Observé la luz incandescente que provenía del bosque y lo supe, era el arcángel nuevamente.


-Tienes que pasar por estas pruebas, Jack. Así sabrás que vales la pena tanto como yo lo sé. Pero te traigo buenas nuevas, te hice un regalo.

-¿A qué te refieres?

-Verás, los “incorpóreos” a veces mandamos “mensajes” tangibles para que se cercioren que no somos obras de la imaginación.

Y tú me preguntarás mi buen amigo ¿Cuál fue ese maravilloso regalo? Pues eso aun no puedo decírtelo, debo analizar, pensar más que antes. ¿Cuál es mi futuro? No lo sé ¿A qué me voy a encaminar? Pues eso es también difícil de responder, pero puedo decirte que ahora mis acciones serán más analíticas. Me abriré camino a las posibilidades que consideraba imposibles porque siento que puedo lograrlas. Espero me entiendas algún día, cuando sea más claro en mis escritos.

Tu Amigo

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